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Rosas, los sectores marginados y la grieta

El 20 de noviembre de 1845, en lo que una corriente histórica interpretó como un acto de arrojo patrio, el entonces gobernador de la Confederación Rosista, Juan Manuel de Rosas, fue derrotado por una flota coaligada de franceses y británicos en la famosa Vuelta de Obligado. Pese a la derrota, esta proeza le ha valido aplausos y la celebración de la historiografía revisionista que vio en el vencedor al campeón de la soberanía argentina. El revisionismo se alzó en defensa de un «villano», según calificara al líder la historiografía oficial que consideró su era (1829-1852) como una interrupción del proceso iniciado con la Revolución de Mayo, la formación de un Estado y de una nación.

Las opiniones se dividen. Rosas es uno de los líderes argentinos más polemizados de la historia nacional. Un factor de peso en el encono de los sectores liberales y unitarios contra el derrotad en Vuelta de Obligado fue, entre otros, el acercamiento a grupos sociales hasta entonces marginados desde el poder, como el colectivo afrodescendiente. A pesar de que no todos sus integrantes se aliaron al Restaurador de las Leyes, él construyó un vínculo sin precedente con este, al punto tal que, derrotado el caudillo tras la batalla de Caseros (1852), los vencedores, además de tomar las riendas del poder, comenzaron a escribir una historia en la que el rosismo debía quedar expurgado del relato y de la memoria.

En esta operación de superación de la etapa rosista, los afrodescendientes fueron víctimas de la expulsión del relato histórico. Al quedar ligados a un personaje tan odiado como Rosas, pagaron un costo: la historiografía oficial desde allí en más los invisibilizó, recurrió al mito clásico de la desaparición. Los enemigos del Restaurador se espantaron, denunciaron una marejada africana en conveniencia con el poder. La élite se horrorizó, siempre el negro fue una presencia amenazante en la época colonial. La Revolución haitiana lo demostró, una porción de una isla «patas por arriba» gracias, en un principio, a la furia de los africanos endemoniados y en rebeldía. En varios puntos de la América colonial donde afros se reunían entre sí marcharon sendas prohibiciones contra el candombe, el baile típico (y mucho más, una cosmovisión en sí). La Ciudad de Buenos Aires las tuvo, pero durante la era de Rosas el «candombe federal» estuvo de fiesta, para gran disgusto y pánico de la oposición.

 

Muy buenas relaciones

El 25 de mayo de 1836, con motivo de celebrar un nuevo aniversario patrio, Rosas movilizó a todas las agrupaciones africanas (las Naciones) y las congregó en la actual Plaza de Mayo; reunió a más de seis mil afrodescendientes. El Restaurador, su esposa Encarnación Ezcurra y su hija Manuelita presidieron el candombe en calidad de reyes en una demostración del poderío rosista. Dos años más tarde tuvo lugar otro festejo similar, una vez más encendiendo la cólera de los opositores. Uno despotricó del modo que sigue: «El día 25 que ha sido tan respetado y debe serlo mientras Buenos Aires exista, llegó al último grado de vileza y desgracia rebajando un día como el de hoy a términos de poner tambores de negros ese día en la plaza», recuerda el investigador estadounidense George Reid Andrews en su trabajo señero Los afroargentinos de Buenos Aires, 1980.

Uno de los principales detractores del rosismo, el doctor José María Ramos Mejía, escribió, en Rosas y su tiempo (1907), sobre los candombes: «Porque la fauna séptica se insinuaba en el alma de todos, despertando aquellos apetitos que el voluptuoso presentimiento del manoseo de las niñas y señoras movilizaba de un modo brutal». Manuelita bailaba con los hombres afro, liderando a las «Damas federales», y provocando los peores comentarios de los unitarios.

Para alborotar más a los críticos, don Juan Manuel utilizó a dos mulatos, Eusebio y Biguá, llamados «bufones de Rosas», como asistentes y encargados de recibir a diplomáticos en su mansión de Palermo. Sobre Biguá se lee: «Con su pobre cuerpo contrahecho, golpeado desde la infancia, azotado a menudo, Biguá servía de desahogo a los humores del ilustre Restaurador» (en Morenada, de José Luis Lanuza, 1967).

Un contemporáneo y gran enemigo del Restaurador, Domingo F. Sarmiento, escribió en su popular Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845): «Rosas se formó una opinión pública, un pueblo adicto en la población negra de Buenos Aires, y confió a su hija, doña Manuelita, esta parte de su gobierno. La influencia de las negras para con ellas, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites».

También la esposa del líder tuvo un protagonismo particular en la relación con el grupo afro y otros sectores hasta el momento olvidados por el poder. Su esposo le escribió: «Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuánto importa el sostenerla y no perder medios para atraer y cultivar sus voluntades. No cortes, pues, su correspondencia. Escríbeles frecuentemente, mándales cualquier regalo sin que te duela gastar en esto», expone Reid Andrews. Los opositores atacaron a Ezcurra apodándola «la mulata Toribia».

En el servicio militar los afrodescendientes mostraron su obediencia al servicio del Restaurador de las Leyes. Este último formó dos batallones exclusivamente compuestos por soldados de origen africano: la Guardia Argentina y el Batallón Restaurador. Muchos de ellos respondieron de buen modo al llamado del gobernante en defensa de la Confederación.

 

Entre el pasado y el presente

La tan difundida y actual grieta siempre existió. El rosismo fue quizá la primera gran divisoria de aguas en el pensamiento nacional, el causante de una muy visible y grave primera fractura que implicó muertes, arrestos y una importante cantidad de exilios. Los recuerdos más aborrecibles en la pluma de los exiliados y sobrevivientes del «terror rosista».

En cambio, el revisionismo se apoya en la exaltación de una tríada de héroes: San Martín, Rosas y Perón, en virtud del esbozo de un proyecto y un accionar en pos de la defensa de la soberanía nacional. Lanzando un debate que llega hasta el presente, los dos últimos líderes políticos son los que mayor división han generado en la sociedad argentina de su tiempo. Al punto tal que, a más de 40 años de la muerte de Perón, con evidentes quiebres y una crisis inusitada, en el espectro político aún el peronismo pesa y continúa jugando como variable electoral.

Es posible pensar al afrodescendiente como una de las primeras víctimas de una grieta, o como quiera llamársela, puesto que si, para sus enemigos Rosas era la versión porteña de los caudillos tan detestados y la encarnación de la barbarie, los afrodescendientes han quedado subsumidos en esa representación negativa de la historia contada por los ganadores. Los afrodescendientes resultaron los grandes derrotados, confinados a ocupar un presunto lugar del pasado, la época colonial, sin huellas en el presente o, a lo sumo, devueltos en el lenguaje cuando se trata de insultar al pobre, al otro, sin importar tanto el color de piel.

 

 

Publicado en:

https://www.infobae.com/opinion/2017/11/20/rosas-los-sectores-marginados-y-la-grieta/

 

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