Promesas de campaña o los artilugios para alcanzar el poder
La carrera definitiva hacia el sillón de Rivadavia ya comenzó. Por eso, bien vale un repaso por las consignas de campaña de las últimas tres décadas que ayudaron a ganar una elección, pero no siempre fueron cumplidas. De la revolución productiva de Carlos Menem al acuerdo social de Cristina. ¿Incapacidad, olvido o mero incumplimiento? La opinión de los especialistas.
Desempolvando a Maquiavelo
Para ciertos teóricos de la ciencia política, la traición, dentro de este campo, es un mal congénito. Sin embargo, no siempre es así. «No cumplir promesas ni acuerdos, no respetar alianzas, entre otros, termina siendo inevitable y la influencia de Maquiavelo como teórico de la política práctica en el mundo occidental es una evidencia de ello. Pero también está el hecho de que en política se termina haciendo lo que se puede y no lo que se quiere», sintetiza Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.
En este sentido, en la política resulta sustantivo distinguir dos escenarios: el electoral y el de gobierno, que responden a dos lógicas diferentes. «En el primero, se maximizan votos, y en el segundo, se negocia con actores que no necesariamente son votantes», señala Diego Reynoso, politólogo e investigador del CONICET y FLACSO. Los recursos políticos e institucionales no son los mismos al llegar al poder que en época de campaña. «Las promesas suelen hacerse con hiperinflación de expectativas y sobreestimación de los propios recursos porque su lógica persigue captar un mayor número de electores», agrega.
«El quid de la cuestión radica en diferenciar slogans que se lanzan creyendo en éstos de los que son puro palabrerío», sentencia Marcos Novaro, investigador del CONICET. Existen aquellos que son sobrecargados y reflejan lo que su emisor realmente cree. Un ejemplo se dio en 1983.
Con el retorno a la democracia, Raúl Alfonsín planteó promesas electorales muy convincentes a juzgar para la sociedad de entonces, entre ellas, la propuesta de juicio a los responsables de la última dictadura que, en una sociedad lastimada por el terrorismo de Estado, tuvo muy amplia aceptación. El lema durante la presidencia «con la democracia, se come, se cura y se educa» fue exitoso, el mandatario lo creyó y así también la sociedad que lo secundaba. Lo repitió insistiendo en el reforzamiento del carácter institucional de la recuperada democracia. No obstante, de la enunciación a su correcta aplicación bien puede existir una brecha que diste del primer momento. «Alfonsín incumplió en lo económico y social, pero no en lo político-institucional», opina Rosendo Fraga.
Se trata de un problema de credibilidad y, en la Argentina, ésta no abunda. «El gobierno argentino tiene pocas credenciales de cumplir promesas y muchas veces debe quedar atrapado en éstas. Así sucedió con la convertibilidad, por ejemplo», explica Novaro. Por lo general, existe muy baja fe en las consignas de campaña, no sólo por parte del público sino también de los candidatos.
Apelar a lo emocional de la ciudadanía es uno de los puntos fundamentales. «La gente no vota por propuestas y raramente vota por ideas. Se vota con una mezcla de cerebro y corazón», remata Manuel Mora y Araujo, director de Mora y Araujo.
Los políticos que saben hacer un excelente uso de la palabra son los que más chance tienen de conquistar al púlpito y dotar de mayor credibilidad a sus promesas en tiempos proselitistas. La retórica no siempre se debe a la improvisación y hasta puede ser dominada a partir del control profesional de un arte que se cultiva.
La retórica suma «rentabilidad» a las promesas electorales e imprime valor agregado. «Es marketing. Parecido a las promesas del marketing comercial», explica Mora y Araujo. En este sentido, se compra un candidato como un objeto.
Los felices ´90 y después
Cuando las promesas electorales no las cree el propio político emisor, se asiste a un juego de simulación y a una aventura muy peligrosa.
«El caso maquiavélico histórico que recuerdo es el de Carlos Menem, quien confesó, años después de haber ganado la elección, que si él hubiera dicho la verdad, no lo habrían votado», rememora Ramírez Gelbes.
La insinceridad resulta más útil que decir la verdad, a pesar del costo a largo plazo. Las promesas incumplidas pero sinceras también son muy perjudiciales. «Otras promesas maquiavélicas generaron credibilidad pero el efecto fue malo», explica Novaro.
«La revolución productiva y el salariazo claramente no eran posibles, pero Menem abusó de estas promesas mostrándose a la larga manipulador, utilizando las ideas con el fin de ganar adherentes y mantenerse en el poder. Tenía un diagnóstico preciso de la economía y sabía lo que hacía, en ese sentido se mostró manipulador», agrega.
La sanción de la Ley de Convertibilidad es un claro ejemplo de que muchas consignas de campaña resultan mortales. Si bien no se trató de una promesa electoral porque fue lanzada dos años después de haber asumido Menem la Presidencia, su continuidad se hizo promesa con su sucesor, Fernando de la Rúa. Durante una década, se asistió al montaje y a un gran recurso de construcción de confianza y gobierno. «No hubo ruptura de las promesas, al contrario, la convertibilidad funcionó muy bien junto a la Constitución y la institucionalidad democrática», advierte Novaro. Se generó un gran recurso de confianza en la mantención de legitimidad del sistema.
En 2001, cuando el sistema explotó por los aires, la mayoría seguía creyendo en el 1 a 1. «Cuando la convertibilidad dejó de ser útil, las encuestas medían que su aceptación era más que alta aunque, paradójicamente, rechazaban el sistema económico. En concreto, hacia fin de ese año, tenía un 80% de aceptación», señala Novaro. «Era políticamente muy costoso abandonar la convertibilidad y podía hacerse sólo con un gran apoyo político, que no había», agrega Lodola. «El ‘un peso, un dólar’ de De la Rúa fue una de las promesas más creíbles», resume Mora y Araujo.
Llegó un momento en el que se detectó cierta ambigüedad entre el sistema económico y la convertibilidad y, precisamente, la ironía consiste en detectar que ese carácter ambiguo fue el sustento del funcionamiento económico por varios años, hasta que todo el edificio colapsó. «Lo anterior demuestra que si una promesa se cumple, luego hunde y ata a seguir cumpliéndose porque si no hay un rechazo generalizado», reflexiona Novaro.
Cuando De la Rúa llegó al poder en 1999 creía en la convertibilidad. Su equipo de economistas y la sociedad entera también, si bien es meritorio reconocer que no era nada fácil aunar el 1 a 1 con el nuevo plan. Ya era tarde para echar el camino atrás. «Al ex presidente suele vérselo rápidamente como torpe e incapaz, pero su perfil es mucho más complejo. Combinó la más pura ortodoxia haciendo gala de un maquiavelismo puro, mientras es cierto que a la vez mostró torpeza. Maquiavélico e ingenuo a la vez», resume Novaro.
Las nuevas promesas
Hoy en día, aparecen slogans por doquier en vistas del próximo octubre. Pero a los Kirchner es difícil insertarlos dentro de la lógica de la promesa. «No encajan del todo porque la política está devaluada y así no tiene sentido prometer. Son autónomos. Lo que importa es lo que ellos hacen en la medida en que se identifican con lo popular y lo nacional. Se construye algo que escapa a la promesa y no deben rendir cuentas porque ellos son el todo», explica Novaro. En todo caso, como expresa Mora y Araujo, «el oficialismo promete más del ‘modelo’; se entiende qué es y se cree que será cumplido porque es lo que se viene haciendo», indica.
Las condiciones en que Kirchner llegó al poder, en 2003, no son las mismas respecto a las existentes cuando su mujer lanzó la candidatura en 2007.
Una imagen lo dice todo. La crisis de 2001. El País |
«A grandes rasgos, si se quiere, la consigna para las próximas elecciones será profundizar lo hecho, ir por más conquistas, más allá de lo discutibles que sean. Una suerte de derrotero por el legado recibido. El Gobierno tiene que demostrar que promete profundizar la senda emprendida», advierte Lodola. «Tal vez, un asunto pendiente sea el tema del acuerdo social, un ítem a resolver en el cual se observa la falta de visión común dentro del Gobierno sobre cómo llevarlo adelante», agrega.
«En la visión científica sobre cómo se vota, los Kirchner pueden ser vistos en la de retrospectiva, porque en buena parte del voto de 2011 el elector considerará la trayectoria gubernamental», coincide Reynoso.
Mientras tanto, la fragmentada oposición lanza frecuentemente consignas abstractas, por caso, Eduardo Duhalde y la Coalición Cívica hablaban antes de las primarias de combatir la inseguridad. «El problema es cuando las consignas atacan la generalidad y no apuntan a lo concreto», explica el profesor de la UTDT.
Entre la ficción y la realidad
Algunos ejemplos muestran que la política no siempre es cumplir lo que se quiere.
De hecho, a comienzos de 1991, el por entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, anunciaba la Ley de Convertibilidad. Un acto fallido casi lo llevó a decir que era una «mentira», pero se autocorrigió a tiempo para salvar el papelón. «El peso que a partir del primero de enero valdrá igual que el dólar es una ment… moneda destinada a perdurar con ese valor por muchos años», señalaba Cavallo en un discurso público.
Poco tiempo más tarde, en 1996, quedaron para el recuerdo las célebres palabras del presidente Carlos Menem, cuando inauguró el ciclo lectivo en Salta. Expresó allí la idea de licitar un sistema de vuelos espaciales, que permitieran, por caso, trasladarse desde la Argentina a Japón e insumir apenas hora y media de viaje. Vaticinó que desde el país se lanzarían cohetes espaciales que podrían alcanzar en pocos minutos cualquier punto del planeta.
Por su parte, la promesa del tren bala de CFK que uniría Buenos Aires con Rosario y Córdoba, anunciada el 29 de abril de 2008 y previsto su funcionamiento en un lapso de tres años, también sigue esperando.
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