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El fútbol como velo de la realidad, capítulo Angola

El convulso presente de la excolonia portuguesa y su pasado reciente

 

El amistoso disputado con la selección argentina es una buena ocasión para tratar el convulso presente de la excolonia portuguesa y su pasado reciente. La nación del sur africano pagó 12 millones de euros por el derecho de medirse en fútbol con la última campeona mundial y bicampeona de América y de recibir a Lionel Messi, en el contexto de los 50 años de independencia que se cumplieron el martes pasado, una efeméride para efectuar balances en uno de los principales productores de petróleo de África y también diamantífero.

Una estructura endeble

Angola debiera ser una potencia continental. Sin embargo, es una economía emergente y con varias falencias, entre las que se cuenta una excesiva dependencia de la producción petrolera y de la volatilidad del precio del crudo en los mercados internacionales, así como un endeudamiento preocupante. Según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA, ONU, septiembre de 2025), el 53% de la población subsiste con menos de 3,65 dólares diarios.

La moneda nacional, el kwanza, es valorada como una de las más débiles entre las economías africanas, sumamente dependiente del petróleo, y la inflación es otra preocupación. En efecto, tras picos históricos hace unas décadas, en 2024 se ubicó en el orden del 28% y Luanda, la capital angoleña, fue considerada varios años como la ciudad más cara del mundo para vivir. A ello se suman problemas de infraestructura, como la irregularidad del suministro eléctrico, y una corrupción rampante que encendió protestas cíclicas, como las acontecidas en julio pasado.

La historia no le jugó a favor al país austral para sostener una economía saludable, aunque tuviera el potencial para lograrlo. La guerra por la independencia se dio entre 1961 y 1974. Tras una pausa de algunos meses, por desacuerdos entre las agrupaciones que derrotaron a Portugal, siguió una guerra civil más prolongada, de 1975 a 2002. En consecuencia, tras tantos años de beligerancia, Angola quedó devastada al punto de tener que importar lo más básico, como el agua potable. Un dato irónico en una nación que “nada” en petróleo.

En suma, Angola, por espacio de unas cuatro décadas, evidenció el conflicto más duradero de la era actual, con múltiples consecuencias desastrosas y un bajo índice de desarrollo, pese al uso de sus reservas petroleras en orden a forjar un proceso de reconstrucción nacional a partir del término de la guerra civil.

Descontento efervescente

La protesta a fines de julio de este año pasó bastante desapercibida. Fue generada por el aumento de hasta un 30% del precio de los combustibles, tras la quita de subvenciones dispuesta desde 2023 por el gobierno del MPLA (Movimiento Popular de Liberación de Angola) bajo la vigilancia estricta del FMI. El partido en el poder actualmente es también el otrora movimiento armado que condujo a la nación a su independencia en 1975. Como en otros países del continente, al tema de los combustibles y una importante huelga de taxistas se sumó el malestar por el creciente costo de vida y aumento del desempleo, más acusado entre los sectores juveniles, que roza el 30%. En las protestas se inmiscuyó, asimismo, la corrupción como un catalizador del descontento.

El malestar de julio, según la policía nacional, dejó al menos 29 víctimas fatales y 250 heridos. Al menos un millar de personas resultó detenido y se saquearon decenas de comercios, dejando múltiples daños tanto en infraestructura pública como en vehículos particulares. Meses más tarde, familiares de las víctimas reclamaron al gobierno compensaciones y varias ONG tildaron la respuesta estatal represiva de “terrorismo de Estado”. No son novedad los ciclos de descontento en Angola. En 2023, la política gubernamental sobre hidrocarburos también gestó protestas que se saldaron con 15 muertes.

Un monopartidismo virtual y muy criticado

El problema de fondo es estructural, e incluye la larga permanencia del MPLA en el poder y el desgaste de esta formación política en un sistema principalmente bipartidista. Por caso, el actual mandatario João Lourenço ganó las elecciones de 2017 cómodamente, con el 64,5% de los votos frente al 24% de la UNITA (Unión Total por la Independencia de Angola), pero cinco años más tarde resultó reelecto con un margen mucho más ajustado de votos, del 51,1% frente al 43,9% del rival. Su mandato termina en 2027 y hay dudas sobre un posible triunfo del MPLA si el gobierno no resuelve los problemas acuciantes de una economía complicada que continúa arrastrando a la exclusión a varios sectores sociales.

La rivalidad entre ambos partidos se transformó en las últimas décadas, atravesando una etapa de lucha armada previa. Desde la descolonización, el MPLA se midió principalmente con la UNITA en más de dos décadas de guerra civil, hasta el asesinato del líder de la última, Jonas Savimbi, caído en combate frente al ejército de línea. Desde entonces, el partido opositor se reconvirtió en agrupación política y dejó de lado su pasado de lucha empuñando las armas.

El MPLA ya cumplió medio siglo en el poder, pero es resistido, como han probado las referidas manifestaciones en su contra a lo largo de julio, que desde la capital se ampliaron a otras ciudades. El país africano solo ha tenido tres presidentes, subrayando el largo mandato del segundo, José Eduardo dos Santos, quien ocupó el cargo entre 1979 y 2017, adueñándose del Estado. Se han criticado sus manejos autoritarios y cleptócratas bajo una dinastía que generó, por ejemplo, el ascenso de la mujer más rica de África –su hija, Isabel, apodada “La Princesa de África”– y el de otros miembros de la familia, a quienes se les acusó de enriquecimiento personal a costa del erario público bajo una mala administración de la renta petrolera y un grado de corrupción desbocado. Sobre esta casta recayó la justicia e Isabel fue removida del puesto directivo cumbre en la petrolera estatal, Sonangol, a la que había sido elevada por su padre no solo por ser su hija, sino por su reconocida trayectoria en el mundo empresarial.

La llegada de Lourenço a la presidencia marcó desde el inicio un distanciamiento con el historial previo. Siendo un exfuncionario de Dos Santos, pero de perfil renovador y desregulador, ha intentado desarticular la herencia perniciosa como para “sanear” la imagen del MPLA, si bien este continúa gobernando. La nueva gestión ha cargado las tintas sobre la transparencia, la lucha anticorrupción y, sobre todo, ha apuntado a la despatrimonialización del emporio cosechado por el clan Dos Santos en casi cuatro décadas de manejo nepotista y clientelar del poder.

En otras palabras, durante los 38 años de dominio de José Eduardo dos Santos, Angola bien pudo caracterizarse como una “petromafia” y se colocó en lo más comprometido del índice de Transparencia Internacional sobre corrupción, gracias al dominio del segundo presidente angoleño. Con serias dudas sobre el funcionamiento limpio de los mecanismos electorales y sendas denuncias opositoras por fraude desde la imposición del multipartidismo (1992), sin embargo, las protestas más fuertes contra el mandatario y su sistema controvertido se orquestaron hacia el final de su mandato, producto del hartazgo acumulado tras años de nepotismo, autoritarismo y corrupción.

Para complicar la posición de la familia, a comienzos de 2020 se publicaron los “Luanda Leaks” que ayudaron sobremanera a comprender los entramados familiares turbios y a poner aún más en la mira a la progenie del expresidente –fallecido en 2022– y en particular a su hija Isabel, por lejos la más beneficiada por su pertenencia al clan.

¿Una pantalla?

Las críticas por el monto millonario que pagó el gobierno angoleño por intermedio de la Federación Angoleña de Fútbol (FAF) a su par argentino (AFA) para financiar el partido en el Estadio Nacional Once de Noviembre de Luanda no se hicieron esperar. Alegan que ese dinero serviría más como gasto social antes que servir a un lujo y a un partido de exhibición con excusa de ver a Messi y a los campeones de Qatar 2022 en la capital africana. Pero, desde la perspectiva oficialista, el encuentro se inscribe dentro de los festejos por los 50 años de independencia, remarcando un mensaje de unidad y esperanza, como explicaron fuentes oficiales.

Para alentar la convocatoria, las entradas se vendieron al precio ridículo de uno o dos dólares, agotándose rápidamente y solo de forma presencial, lo que generó importantes aglomeraciones para cubrir las 48 mil butacas del estadio más importante del país.

Este partido fue a lo que más alto pudo aspirar el público angoleño, pues la selección ha quedado afuera del Mundial 2026, precisamente dentro del grupo sensación de la eliminatoria africana que culminó con la clasificación novedosa de Cabo Verde. La única participación mundialista de los “Palancas Negras” se dio en Alemania 2006, donde siquiera pudieron clasificar a octavos, con dos empates y una derrota. De todos modos, el espectáculo quizás aportará a “tapar el sol con una mano” y ocultar siquiera por un lapso momentáneo que la nación de África austral sufre problemas graves y profundos como el desempleo, la pobreza y la “maldición del petróleo”.

 

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