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Caprichos coloniales y consecuencias: Ogadén

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La estrella de la bandera somalí tiene cinco puntas en recuerdo de las esferas del reparto colonial, con el ideal de una Gran Somalía.

 

 

Hace 40 años concluía una guerra importante de la historia del Cuerno de África y uno de los casos de «guerra caliente» en el marco de la rivalidad del mundo bipolar. La Guerra del Ogadén se extendió entre julio de 1977 y marzo de 1978 enfrentando a Etiopía (la antigua Abisinia) y Somalía por el control de una región etíope, habitada mayoritariamente por población somalí, el Ogadén. Este conflicto hunde raíces en la fijación arbitraria de límites de las futuras naciones soberanas de África, ocurrida a finales del siglo XIX (con su disparador en el Congreso de Berlín), y el posterior reparto de esferas coloniales de influencia que generó conflictos entre colonizadores y africanos, en primer lugar, así como entre europeos, y más tarde, luego de las independencias africanas, entre los emancipados, como el conflicto en cuestión.

 

Viejas pretensiones

En el contexto de imposición colonial que sacudió toda África entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, el Cuerno de África fue escenario de ambiciones y rivalidades. El único Estado en la región no colonizado por las metrópolis europeas, Etiopía, también pretendió influir en el reparto que se hacía del continente. En efecto, el emperador Menelik penetró en territorios poblados por somalíes en 1896 reavivando conflictos latentes desde hacía siglos entre la población somalí y sus vecinos, quienes explotaban a los primeros. Las pretensiones etíopes en Eritrea y Somalía nunca desaparecieron. Los italianos, instalados en la primera, consideraban Etiopía un protectorado suyo y vendían armas al Negus, el gobernante. Con dicho poderío incorporado, el Estado etíope amplió dominios y, frente al aumento de pretensiones de la expansión italiana, opuso una feroz resistencia en la batalla de Adua, victoria africana en un contexto muy adverso en general para los africanos. La resistencia somalí a los varios ocupantes siempre existió y entre 1900 y 1920 alcanzó ribetes heroicos.

El año 1897 fue clave para Somalía pues varios acuerdos fijaron, en forma algo confusa, los límites que en buena medida llegan al presente (más los conflictos). El territorio fue repartido en cinco esferas de influencia: británica, francesa, italiana, un enclave en Kenya (el distrito fronterizo del norte) y otro en Etiopía (la Somalía occidental para los somalíes, más conocida como Ogadén). En consecuencia, los clanes somalíes quedaron profundamente divididos. La ocupación italiana de Etiopía durante los años 1936-1941 provocó que Italia sumara a la derrotada la Somalía británica, aprovechando la distracción propiciada por el estallido de la Segunda Guerra Mundial, en 1939. Por ende, excepto por los somalíes habitantes de la administración francesa y del territorio ocupado en Kenya, todos se encontraron bajo una misma administración. Pero, en 1945, al término de la guerra, los italianos debieron ceder y toda Somalía quedó de facto bajo administración militar británica.

En 1960 se emanciparon y pasaron a integrar una Somalía unificada las porciones británica e italiana. Pero los otros dos territorios continuaron bajo dependencia en Kenya y Etiopía y la autodeterminación sería siempre un anhelo somalí de allí en más (también incorporando la Somalía francesa), en suma, la creación de una «Gran Somalía» que integrara todos los territorios antes diseccionados por el reparto colonial. En los territorios que los nacionalistas somalíes consideran «perdidos» de Ogadén, Djibouti y la región de Etiopía habitan entre 3 a 4 millones de somalíes. Los reclamos irredentistas llevaron a que en 1963 comenzara la lucha armada, junto a ataques a instalaciones del gobierno de Kenya, por parte de somalíes, y desde allí en más escaramuzas fronterizas entre las fuerzas de los dos gobiernos. En 1963 también se dieron negociaciones (hasta 1967) entre ambos Estados, aunque sin éxito. En 1975 la Somalía francesa accedió a la independencia y nació la actual República de Djibouti, que en 1967 fue renombrada «territorio de los afar y los issa», para debilitar el deseo nacionalista somalí.

En 1954 un tratado anglo-etíope ratificó la soberanía total de Etiopía sobre los territorios de Eritrea y Ogadén, reconociendo otro fundamental firmado en 1897. Desde la independencia de Somalía, sus habitantes han apoyado el reclamo de sus compatriotas en Kenya y Etiopía, casos que llaman la atención pues los colonizadores no fueron europeos pero igual participaron del reparto. No obstante, sea quien sea el ocupante, la postura adoptada por la Organización de la Unidad Africana (OUA), de respeto por las fronteras establecidas en África desde el colonialismo, puede ser leída como una afrenta a la dignidad somalí y, en general, como el desencadenante de varios conflictos africanos poscoloniales. En consecuencia, un reclamo sin solución del pueblo somalí sería el caldo de cultivo de problemas más serios en la década siguiente.

 

Guerra y nuevos alineamientos

En 1974 Etiopía atravesó profundos cambios. La caída del duradero régimen del Negus Haile Selassie propició la llegada al poder del Derg, una junta militar de ideología marxista-leninista, que impuso un régimen socialista y en 1977 se alineó al bloque soviético. El nuevo gobierno fue responsable de la muerte de millones de campesinos por hambre y el desplazamiento forzoso de miembros de los grupos eritreo y tigray. El régimen fue resistido conduciendo a la nación a un estado de rebelión permanente y una represión implacable, circunstancia aprovechada por Somalía para lanzar una invasión en el Ogadén en julio de 1977, mediante el envío de unos 32.000 hombres.

Lo que salvó al gobierno del teniente coronel Mengistu Haile Mariam de una derrota fue la intervención soviética y cubana en apoyo de un aliado marxista. La postura de la Unión Soviética en respaldo a Etiopía fue coherente. Moscú siempre abogó por la integridad territorial de los Estados en África, de modo que se opuso a la secesión de Katanga en el antiguo Congo Belga, a la de Biafra en Nigeria y al separatismo en lo que hoy es Sudán del Sur. Al asumir Mengistu en 1977, profundizó relaciones con la URSS y expulsó al personal estadounidense que había establecido vínculos sólidos en la época del último emperador.

La colaboración armamentística de Moscú fue complementada por el envío de 17.000 combatientes cubanos. Gracias a este respaldo los etíopes infringieron una dura derrota al enemigo y más tarde intervinieron en la díscola Eritrea. Durante los 12 años siguientes la Unión Soviética apoyó al régimen de Mengistu y lo pertrechó con armamento y equipamiento por valor de unos u$s 12.000 millones. En Somalía, en cambio, la URSS si bien había apoyado al régimen de Mogadiscio a cambio de que el general Mohammed Siyad Barre permitiera a los rusos utilizar su litoral marítimo, al momento de la guerra Moscú se volcó a Addis Abeba. Sin embargo, el apoyo soviético previo logró forjar en Somalía, pese a su pobreza, un imponente ejército de 37.000 hombres con una fuerza aérea moderna.

Sin el apoyo ruso Barre resultó aislado y derrotado, pues la ayuda de Washington quedó en promesa trunca. Cuando el presidente Jimmy Carter se anotició de la invasión al Ogadén, el mandatario somalí comenzó a ser visto como el invasor. No obstante, la postura de los Estados Unidos dejó de ser vacilante al acelerarse los hechos. En diciembre de 1979 la URSS invadió Afganistán, y sumado a la crisis de los rehenes en Irán, la gestión Carter consideró necesario estrechar lazos en general en regiones estratégicas. A resultas de ello, entre 1979 y 1986, los Estados Unidos aportaron u$s 500 millones en recursos militares para Somalía, pero el armamento no llegó sino hasta 1982. Quien sí apoyó al país agresor durante la Guerra del Ogadén fue Arabia Saudita.

 

Consecuencias de largo arrastre

Tras la derrota somalí, se formaron grupos armados y emergió un clima de protesta generalizado en el país que lo condujo a su descomposición progresiva, bajo la rivalidad de distintas jefaturas clánicas que se disputaron el poder sin tregua. En 1991 Barre fue obligado a exiliarse de la capital y, en un estado caótico, dos regiones aprovecharon la situación para declarar autonomía: Somaliland y Puntland. El primero es un Estado mundialmente no reconocido en el presente. En plena guerra civil, en 1992, como si fuera poco, apareció la sequía para agravar el ya calamitoso cuadro y más tarde una fallida intervención norteamericana cuya historia fue llevada al cine. En conclusión, y en parte gracias a lo que trascendió de la Guerra del Ogadén y sus consecuencias, la situación de Somalía ocupa buena parte del estereotipo occidental negativo y reduccionista sobre África, el catastrofista: hambre, conflicto, pobreza, un continente necesitado de ayuda humanitaria urgente y constante.

 

Publicado en:

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