Tango argentino que de blanco no tiene todo
En agosto de 2014 Buenos Aires ofició una vez más como sede del Mundial de Tango. La competición en la categoría “escenario” decantó en la victoria de la pareja porteña formada por Juan Malizia Gatti y Manuela Rossi. Al bailarín se lo apoda “el negro”. Resulta llamativo su apodo siendo que, según las explicaciones en boga, el tango de negro no tiene absolutamente nada. Ni daría para pensar que un bailarín de esta música pudiera ser negro. Pero muchos en el pasado lo fueron.
Desde muy pequeños a los argentinos se los educa con la idea de que son de herencia europea y también haciendo hincapié en que sus antepasados son preferentemente oriundos del Viejo Mundo y, ante todo, blancos. Se reproduce un modelo educativo en el que se imparte que los próceres de la nación fueron blancos y la matriz étnica mira al Viejo Mundo. En todo caso, si hubo negros en la Argentina, éstos fueron testimonio de una presencia del pasado lejano. Se los puede ubicar en la época colonial y de allí en más su aparición se va diluyendo, hasta ser una presencia casi imperceptible a finales del siglo XIX. En efecto, algunas crónicas aseguran que para 1900 quedaban unos pocos sobrevivientes de lo que décadas antes fuera una presencia mucho más abundante.
Donde mejor se ejemplifica este proceso de desaparición es en los actos escolares. Para la representación de la gesta del 25 de mayo, el primer gobierno patrio y para algunos historiadores antiguos el “origen” de la nación argentina, varios rostros tiznados de negro ocupan la escena. Los jóvenes actores representan a los vendedores negros que practicaban el comercio al menudeo en las calles de la Buenos Aires virreinal en una época en donde no solo en la ciudad la presencia africana era predominante.
Lo mejor es constatar las cifras. Por ejemplo, en el censo de 1810 para la ciudad de Buenos Aires los pardos y morenos sumaban 9.215 habitantes de un total de unos 32.500, en Buenos Aires. En 1778 de 200.000 habitantes censados en el Virreinato del Río de la Plata (en parte, la futura Argentina), unos 92.000 eran negros y mulatos, un 46% del total. La entrada de negros procedentes de África fue constante en toda la época colonial. Entre 1715 y 1752 ingresaron por el puerto 10.000, de los cuales tres cuartas partes fueron enviados al interior. Lo anterior explica que varias provincias de la futura Argentina hayan tenido porcentajes abundantes de población negra. Un censo de 1778 indica para Catamarca un 74% de población negra, Tucumán con un 64% y Santiago del Estero con 54%.
Pero, como por arte de magia, para el siguiente acto escolar en la efeméride, el día de la independencia (1816), los niños tiznados de negro ya no están. Su lugar ha sido ocupado por actores blancos. Todos los 9 de julio esa representación se repite, pero algo no cierra. Aunque sea en forma simbólica, ¿cómo es posible dar cuenta de una presencia negra en 1810 y, apenas seis años más tarde, clausurarla? La respuesta es bastante sencilla, pero no por eso menos amarga: el racismo.
El discurso racista en la Argentina se hizo visible constatando, valga el juego de palabras, la invisibilidad de elemento negro en la identidad patria. En otras palabras, en el país se construyó un relato histórico que ha narrado la conformación exitosa de una nación blanca, en donde todo lo no europeo fue borrado, diluyéndose con el paso del tiempo y/o ubicado en los márgenes. Se ha construido el mito de desaparición del negro a partir de una explicación histórica que lo hace ser el “primer desaparecido”, víctima fatal de guerras, epidemias, pésimas condiciones de vida, etc.
El tango, uno de los elementos culturales más representativos del sentir criollo y música arquetípica no solo de lo argentino sino también de lo rioplatense, también ha sido víctima de esa jugada cimentadora del mito de una nación blanca para justificar que en el presente como se repite, sin mayor fundamento, en Argentina negros no hay. Pero, si se sabe buscar y se es paciente, de un repertorio total de aproximadamente 25.000 temas, el tango posee alusiones a lo negro, personajes de esa extracción étnica y compositores, así como bailarines, que en los primeros momentos deleitaron a las audiencias, aunque luego una historia tendenciosa los haya ocultado.
En la historia del primitivo tango (grosso modo, segunda mitad del siglo XIX) se mezclan varios asuntos. Algunos de los ritmos propiamente negros como el candombe y (en forma insospechada para muchos) la milonga se enlazan en su desarrollo, filiación que muchos eruditos del género desconocen o niegan. Sin embargo, el tango no es una sumatoria de elementos disímiles sino un producto novedoso que, de restar elementos en su constitución, le quitan valor agregado y originalidad. Por más que los especialistas en el tango discutan si éste tiene prosapia africana o no, es innegable que esta música tiene un pasado africano y el no querer verlo responde a una ceguera ideológica o a un prejuicio racista. Por más que las letras hayan sido producto de autores blancos y la evocación de la presencia negra no es demasiado abundante en éstas, no obstante, varios ejemplos permiten ver su aparición y discutir el mito de una eventual “desaparición” de los negros.
Uno de los primeros ejemplos de tango que hacen alusión a lo negro es de 1867 y se intitula “El negro schicoba”. Se trata de blancos que imitaban a los negros al disfrazarse de vendedores de escobas, pero también imitaban al escobero, la función de quien abría a la comparsa al paso de los candomberos negros. De algún modo el negro resiste la extinción indirectamente ya que el blanco que compuso la letra lo menciona vívidamente. Parte de sus versos dicen así:
“Yo soy un negrito, niñas,
Que paso siempre por acá.
Vendo plumeros, schicobas.
Y nadie quiere comprar.
Será porque soy tan negro
Que pasa de regular
Y todas las niñas juyen
Que parecen asustás.”
Hay varios ejemplos más de letras que dan cuenta de la presencia negra, pero lo importante es remarcar que dicha presencia en el pasado porteño en postrimerías del siglo XIX era de lo más común. Buena parte de los creadores del género también eran hombres de color, como Rosendo Mendizábal, pianista afro apodado “el Pardo” quien estrenó en 1897 “El Entrerriano”, uno de los primeros tangos conocidos. El movimiento de la Guardia Vieja, que se prolongó hasta entrado los años 20 del siglo pasado, contó con músicos negros. Pero, a partir de esa época, las letras de tango apenas evocaron la presencia africana en la vida cotidiana. Además, desde la producción, ya no hubo tantos personajes negros de la talla de los del momento inicial, como el citado Mendizábal, Zenón Rolón, Carlos Posadas o el payador Gabino Ezeiza, entre otros.
A partir de las décadas que siguieron las letras de tango pierden de vista la presencia negra, a excepción de la milonga y el candombe, aunque estas últimas muestren lo negro como un elemento del pasado, desaparecido y nostálgico. En resumen, este mundo musical también construye el lugar común del negro extinto, a pesar de que el último censo de población de 2010 arrojara que 149.493 argentinos se reconocen entre africanos y afrodescendientes pero, conforme datos no oficiales, al menos 2 millones de individuos, el 4% de la población argentina, es descendiente de antiguos esclavos.
Recursos:
Los ganadores del certamen en acción:
https://www.youtube.com/watch?v=nKkr5XE_WDI (extenso)
Bibliografía para ampliar:
* Natale, Oscar (1984), Buenos Aires, negros y tango. Buenos Aires: Peña Lillo Editor.
* Reid Andrews, George (1989), Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires: Ediciones de la Flor.
* Rossi, Vicente (2001), Cosas de negros, Buenos Aires: Alfaguara, reedición.
Publicado en:
http://www.wiriko.org/africa-diaspora/tango-argentino-que-de-blanco-no-tiene-todo/