En Argentina no hay negros. ¡Falso!
Corría el año 2002 en Argentina, después del estallido de diciembre de 2001, y las sensibilidades estaban en pleno punto de ebullición. María Elena Lamadrid, una reconocida activista afro, se predisponía a salir del país rumbo a Panamá cuando en migraciones del aeropuerto internacional de Ezeiza le impidieron la salida porque no creían los empleados que fuera argentina… y negra.
El nombre coloquial del aeropuerto internacional argentino obedece al apellido de un distinguido terrateniente del pasado, un miembro de la aristocracia. Sin embargo, no se hable de que existió otro Ezeiza, de renombre, aunque desconocido para la mayoría, el payador Gabino Ezeiza, un humilde afroargentino exponente de las letras del país, si bien son reconocidos Esteban Echeverría, José Hernández (autor del emblemático Martín Fierro) y José Mármol.
Respecto de Echeverría, es el nombre del partido donde está el predio aeronáutico, autor que dejó rastros de lo negro en su obra aunque siempre de un modo despectivo, como lo prueba una de las joyas de la literatura argentina, El Matadero (1837). El problema es que lo negro se presenta vilipendiado o no aparece. Los ejemplos de muchos nombres y palabras que utilizamos (sin saberlo) denotan que hubo un pasado donde el negro estuvo presente y continúa estándolo, pese a lo que se quiere hacer creer. De allí la frase que titula este artículo, más un mito que una verdad.
Destruyendo mitos
Según el último censo nacional de 2010, en el país que más se jacta de su blancura en Sudamérica, habitan 150.000 afrodescendientes que se reconocen como tales y, según otras estimaciones, se amplía la cifra a unos 2 millones. De unos 40 millones habitantes es una cantidad considerable que contrasta con el sentido común de inferir que en el país los negros desaparecieron. Es cierto que disminuyó la presencia negra, por ejemplo, si se compara con el censo de 1810 del cual se extrae que, de cerca de 200.000 habitantes, el 46% era pardo (mulato) y moreno, con lo que varias provincias acusaron más del 50% de población de origen africano como Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero durante el siglo XVIII. Las cifras del pasado sostienen una abundante presencia afro en los territorios que más tarde formarían la República Argentina, una consecuencia lógica de siglos de trata esclavista que no fueron indiferentes al desarrollo histórico en el punto más austral del Nuevo Mundo.
Indicar que la presencia negra disminuyó dista de afirmar que los negros se extinguieron en el país. La historia oficial argentina, racista y eurocéntrica, ha construido un relato necesario de una nación fundada sobre la blancura de sus héroes fundadores y, también, de los anónimos que la fueron poblando. El negro y el indio quedaron mal posicionados, pero al primero le correspondió lo peor: la obligación de desaparecer. Para eso se dieron explicaciones diversas: las sucesivas guerras (de independencia, contra Brasil, civiles, contra el Paraguay), la baja tasa de natalidad y alta de mortandad (como el episodio famoso de la epidemia porteña de fiebre amarilla en 1871), la disminución del tráfico negrero y el mestizaje, producto de la llegada masiva de inmigrantes (principalmente de España e Italia) a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Todos esos motivos abonan la teoría de la desaparición, que el afroargentino para 1900 fuera un recuerdo del pasado. Ninguno está completamente demostrado, pero se insiste sobre ellos: así funciona un mito. Al negro no se lo mató totalmente en los hechos sino con las palabras. El lenguaje es un arma cargada, y como tal peligrosa. Lo que los investigadores piensan es que hubo un «genocidio discursivo». Lo que subsiste hoy de eso es el no querer ver y, así, decir sin fundamento que el negro no está más entre nosotros.
Otros mitos también circulan con intensidad y merecen ser criticados. Uno de estos es una consecuencia lógica de pensar (sin fundamento) que el negro en Argentina desapareció. Dice que si él se extinguió entonces no pudo dejar un aporte cultural valioso. Eso es completamente falso. Los ejemplos abundan. Actualmente el castellano que hablamos los argentinos tiene unas 1.500 palabras cuyo origen se remonta a las lenguas originarias de los esclavos traídos de varios puntos de África, los africanismos: mucama, quilombo, cana, tanga, son expresiones que usamos todos los días y muchos siquiera sospechan que se trate de eso.
Otro mito hace referencia al pasado de la esclavitud, formulando que ésta fue más benigna en lo que sería nuestro país que en el resto de América. Ahora bien, pensar que lo que se define genéricamente como un modo denigrante de tratar a otro puede tener diferencias en cuanto a lo oprobioso resulta a las claras ridículo. La esclavitud siempre fue una infamia. Al punto de que muchos de los estereotipos que circulan sobre el negro se asocian de mala manera con el hecho de que buena parte de su historia fue esclavo.
Lo negro, hoy
Para decir que hoy no hay negros en Argentina, los que sostienen el mito de su desaparición lo hacen pasar como un recuerdo de un pasado bien lejano, incluso una época anterior a la formación de la nación, el pasado colonial (previo a la Revolución de Mayo -1810-). Se asocia a lo negro con lo no argentino, para alejarlo de lo nacional: así la palabra afroargentino dejaría de tener sentido. Esto último se ve en los actos escolares. En la representación de Mayo aparecen los negros y las negras vendiendo productos en la vía pública (de hecho ocuparon numerosos oficios siendo una población tan grande), en cambio, para el acto del día de la independencia, el 9 de julio (si se asume que Argentina nació en 1810) los negros ya no están en las representaciones escolares.
Donde aparece lo negro hoy es en la forma de describir el desprecio hacia otros. Se utiliza la voz para denostar a determinado grupo social (ya no a una presunta «raza») que no comparte el estilo de vida refinado de los sectores más acomodados y es asociado con la marginalidad y la pobreza. Son las típicas expresiones «groncho», «negro cabeza», «cabecita negra». En estos calificativos peyorativos entran los criollos, los sectores populares (muchas veces inmigrantes de países limítrofes) y hace tiempo que ya no hablamos de negros oriundos de África.
Se trata de un problema de racismo por partida doble. Primero, discriminar a quien es negro «de alma». Segundo, no reconocer a los afrodescendientes como negros en el sentido fenotípico (aunque no sea visible en varios casos) y como parte del rico acervo cultural del país presuntamente más blanco de Sudamérica en el que erróneamente se insiste en la idea de que negros no hay.
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