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China y su relación con África: ¿nueva metrópoli del siglo XXI?

A más de 600 años del inicio de contactos bien documentados entre el gigante asiático y el continente africano, la relación hoy día se halla en su cenit, si bien se discute la naturaleza del vínculo en base a la intencionalidad china. Lo que está fuera de duda es que, en aproximadamente los últimos 50 años, Beijing centró gradual y fuertemente el interés por un continente de vastas posibilidades, situado al oeste, es decir, en lo que fuera tradicionalmente esfera de influencia occidental. A comienzos del presente siglo la relación comenzó a intensificarse al galope y al compás del inmenso crecimiento de la economía del gigante oriental. En efecto, la fuerza del vínculo sino-africano se canaliza a partir de las cifras comerciales, entre otros aspectos. Por ejemplo, el comercio bilateral cerró en un nuevo récord al superar los u$s 200.000 millones durante 2013, convirtiendo al dragón asiático, ávido de mantener la segunda economía planetaria y siendo el país de mayor población, en el principal socio comercial africano. Como dice el experto Chris Alden, en ningún lugar del mundo es más evidente el rápido ascenso chino que en África. En 2000 el citado comercio era menor a los u$s 10.000 millones y de allí fue creciendo vertiginosamente. En 2006 se elevó a unos u$s 40.000 millones quedando como tercer socio comercial tras Estados Unidos y Francia. Una frase puede sintetizar y valer más que la recopilación de muchas estadísticas. “A los chinos no se los ve… pero están por todas partes”, dijo un comerciante egipcio refiriéndose a los emigrantes chinos en El Cairo.

Web Cultura de China Antigua

China esgrime argumentos de que sus relaciones con los africanos comenzaron mucho antes que las de África con los europeos, a fin de justificar su empresa actual (y desplazar a los occidentales dicho sea de paso) en el sentido de profundizar su acercamiento a un continente muy rico en recursos naturales y por el cual hace tiempo que va a la caza dada la urgencia de sus necesidades internas. El involucramiento de China en África responde a una necesidad estratégica a nivel planetario. El gigante asiático debe crecer al menos un 8% anual para mantener la paz interna y así es perentoria la provisión de materias primas desde el exterior. El continente africano es vital.
El no tener pasado colonizador a China le da un plus. Nunca reclamó posesión directa alguna de territorio africano puesto que a la hora del reparto de África (segunda mitad del siglo XIX) China por poco sucumbe al celo expansionista europeo. Además, ese argumento refuerza la intención de convencer sobre que los asiáticos siempre tuvieron buenas intenciones hacia los colonizados por Europa, siendo ellos mismos amenazados por el yugo occidental. Hacia 1900 varios países europeos declaraban zonas de influencia sobre el Imperio celeste a pesar que éste no sufrió la (mala) suerte del dominio imperial europeo directo, excepto casos muy aislados como el de Hong Kong. Hoy China, victimizado por el imperialismo occidental en el pasado, y buscando su propio modelo de desarrollo entre el socialismo y el capitalismo, sirve como modelo de desarrollo para los líderes africanos.

Rápido vistazo al pasado

Cheng Ho (Pinterest)

El inicio de las relaciones algunos estudiosos lo localizan hace 3.000 años, de lo cual poco se sabe, y la arqueología puede decir algo al respecto aunque no mucho. En cambio, en fecha relativamente más reciente como el siglo IX de nuestra era se evidencia el funcionamiento sólido de una red comercial internacional por la cual circularon productos de lujo desde el este de África hacia China, vía el Golfo Pérsico, y viceversa. En Tanzania o Kenia se han hallado porcelanas chinas en cuantía. Hasta Extremo Oriente llegaron el ámbar y el marfil, como hoy día (por otra parte condenando a la extinción -o en camino- a especies como el elefante y el rinoceronte). Fue una red comercial floreciente que aportó contactos comprobables desde al menos el siglo I pero, a comienzos del siglo X, por problemas en Medio Oriente, el contacto con China se cortó drásticamente (o al menos no hay pruebas en contrario). No sería hasta el siglo XV que se retomarían las relaciones aunque más por iniciativa china, siempre en forma pacífica.
Pese a la imagen que se hace de Europa como iniciador de la expansión por el mundo, existe una historia diferente. En 1405 comenzaron los viajes ultramarinos de la flota imperial china, comandadas por un eunuco, Cheng Ho (apodado por algunos el Cristóbal Colón chino), quien durante más de veinte años recorrió el Océano Índico, a la sazón la fuente de las riquezas del
mundo. Las crónicas dicen que su flota estuvo compuesta por más de 300 barcos (algunos de al menos 150 metros de longitud) tripulados por unos 27.000 marineros, la más grande que se viera en los próximos 500 años. Para construir esos buques gran parte del litoral marítimo chino quedó deforestado. Entre otros objetivos políticos, la meta imperial era impresionar a los extranjeros y estimular el comercio marítimo, en ese entonces sin dueño aparente.
Recorriendo unos 5.000 kilómetros, lo más al sur que llegó la gran flota en siete viajes entre 1405 y 1433 fue a las costas de Mozambique. Además, adentrándose en el corazón del mundo islámico, en el séptimo viaje dio con el sultán de Egipto. Tras este último viaje el poder chino en el mar fue eclipsando y para 1500 China ni siquiera tenía flota en su propio litoral. La política interna
demandó el retiro del Índico, la necesidad del aislamiento se sintió con fuerza de allí en más hasta bien entrado el siglo XX. Si los barcos chinos continuaron comerciando, la evidencia no es meritoria y su presencia en ese océano no fue tan masiva como en la época de esta empresa comercial y diplomática que no generó gran conflicto. Esto último se rescata hoy día para explicar el carácter benevolente de la inserción china en África.
Con el total abandono chino de las aguas índicas en forma oficial a partir de 1500, las relaciones diplomáticas se interrumpieron hasta mediados del siglo XX. Retornarían con la Revolución Comunista de 1949, cuando el nuevo régimen alentó la cooperación con los partidos comunistas del mundo, volviendo a depositar interés en África, junto a la promoción de las luchas de
liberación de territorios sometidos al imperialismo europeo (como el caso del marxista MPLA que lideró la guerra de independencia en la entonces colonia portuguesa de Angola). Pero la consolidación de la relación sino-africana se dio en la Conferencia de Bandung (1955), donde China se mostró novedosa con un estilo diplomático flexible en la constitución del Movimiento de No Alineados durante el contexto de Guerra Fría. Naciones africanas recientemente independizadas como Egipto, Marruecos o Guinea, entre otras, reconocieron al régimen de Beijing. No obstante, la ruptura sino-soviética de 1960 implicó un cambio de orientación y un aislamiento mayor a partir de la enemistad con Moscú.
China ÁfricaA partir de la década de 1960, China promovió una política de búsqueda de alianzas en el Tercer Mundo, basándose en principios de la coexistencia pacífica. Por ejemplo, reconoció en el primer lustro la existencia de 15 países recién independizados, pero internas de la política china llevaron a un cambio de óptica que instauró la Revolución Cultural, un retroceso en la labor diplomática en reemplazo de una actitud combativa y desafiante en pos de erradicar toda impureza capitalista en el país del este. El llamado a la “guerra revolucionaria” propulsado por Mao no tuvo buen eco en África y varios países rompieron relaciones, como la actual Benín y República Centroafricana en 1966, o Túnez un año después. Además, se expulsó a diplomáticos chinos de varios sitios. La moderación volvería en 1969 de la mano del pragmatismo, retomando relaciones con casi la totalidad del continente (excepto Sudáfrica) para finales de la década de 1970. Se trató de la época de oro de la diplomacia china tras el descalabro que implicó la Revolución Cultural. Un producto de esos años florecientes es el ferrocarril TanZam que une las capitales de Tanzania y Zambia, con casi 1.680 kilómetros de extensión e inaugurado en 1975, con un coste de unos u$s 455 millones.
Desde comienzos de la década de 1980, con la política de reforma y apertura, la estrategia china ha sido la de procurarse materias primas y recursos para generar desarrollo a mediano y largo plazo. En esta nueva etapa el pragmatismo desideologizado dominó imponiendo la noción de “poder blando” formando un bloque de países tercermundistas con China como una suerte de portavoz. Desde Tiananmen en 1989, y las críticas que llovieron desde Occidente por la dura represión, el régimen chino adoptó el bajo perfil en las relaciones internacionales promoviendo la cooperación Sur-Sur y aprovechándola en un movimiento reciente de fuerte desembarco en África, en un mundo donde las antiguas potencias coloniales como Francia e Inglaterra perdieron su primacía. En esa línea se llega al presente.

Merowe
Web eng.sinohydro.com

El siglo XXI
No hay duda que el paradigma de cooperación Sur-Sur aportó beneficios para las dos partes. A finales de 1999 las empresas chinas habían firmado con los países de África 9.792 contratos de cooperación por un monto de u$s 14.090 millones y habían finalizado obras estimadas en u$s 11.000 millones. Es una señal de lo que vendría. En 2000 se firmaron 623 contratos más por u$s 1.230 millones. A finales de junio de 2000 China formalizó inversiones en 47 países africanos fijando 480 empresas y eso fue el principio (sin contar colaboraciones tecnológicas y capacitación de personal). En 2009 hubo más de 800 empresas chinas de propiedad estatal activas en la economía africana, mientras que en 2007 la población china estimada en África era de 750.000 individuos, siendo unos 35 millones los chinos que viven en la diáspora actualmente.
Desde 2000, como señal simbólica de una nueva era, se celebran cada tres años los Foros de Cooperación China-África. En el del año 2003 se anunció la condonación de la deuda a 31 países africanos por u$s 1.270 millones. La presencia china destaca en el sector energético, particularmente fuerte en Angola y Sudán. Un tercio del crudo que importa el dragón viene de África, 47% procede de Angola y 25% de Sudán.
China llegó a Angola en 2004. Esta ex colonia portuguesa logró reconstruir la infraestructura destruida al término de la guerra civil (2002) con las ventas de petróleo a China, al punto que algunos especialistas refieren al “modelo de Angola”. Operan allí más de 50 empresas estatales y 400 privadas chinas. China prestó, a través de sus bancos estatales, u$s 14.500 millones a cambio de petróleo para que sus empresas ingresen. Otorgó un préstamo sin condiciones por u$s 2.000 millones en momento que el FMI requería a cualquier gobierno transparencia.
En Sudán, la participación asiática fue decisiva para la construcción de la represa de Merowe. Antes de su construcción, solo el 15% de la población tenía acceso a la electricidad, tras esto, esa cifra trepó al 30%. Es el segundo proyecto hídrico en el Nilo más grande, tras Asuán. Merowe fue la primera de una decena de represas en las que el apoyo chino resultó esencial.
Los ejemplos pueden seguir, como el caso de Zimbabwe, la industria minera y las tajadas que el dragón se lleva, así como el involucramiento con su líder longevo y criticado por Occidente, Robert Mugabe, a quien China le financió la construcción de un palacio por u$s 9 millones. Eso sí, lo que caracteriza la intervención china es una constante ideológica y operativa. Se trata del respeto mutuo por la soberanía estatal como principio rector del sistema internacional y la no intervención en los asuntos nacionales de los países, que genera polémica y más de una vez propició tensiones.
Si bien la opinión generalizada tiende a priorizar el beneficio de la presencia china en África, no debe olvidarse que la misma genera varios problemas. Uno es, a nivel económico, el crecimiento de los bienes de consumo de bajo costo que desplaza a los trabajadores africanos de la industria textil, por ejemplo, o el uso de trabajadores chinos y el desempleo entre los africanos. En la venta al menor ocurre lo mismo, que en varios casos ha decantado en xenofobia.
La temática de derechos humanos es ríspida en ocasiones. En muchos casos se han introducido licencias haciendo la vista gorda a los atropellos del régimen del país en cuestión, así como financiando la compra de armas contribuyendo a alimentar conflictos. Célebre es el caso de Zimbabwe con Mugabe. Asimismo, en Sudán la aparición china compensó el retiro de la intervención occidental dado el repudio a la dictadura de Omar al Bashir. Según Amnistía Internacional, China fue el mayor proveedor de armas para esa nación árabe. En definitiva, se culpa a Beijing de tener gran parte de la responsabilidad en el genocidio de Darfur, que dejó 300.000 muertos y continúa. Por último, también se denuncia el impacto medioambiental y cuestiones relativas al mercado del trabajo (desde la perspectiva de la protección al trabajador).

¿Segundas intenciones?
China avanza en África a pasos agigantados a medida que este inmenso país crece y así lo indican todas las cifras presentadas. En efecto, para 2020 pasaría de ser la segunda economía a ocupar el primer puesto. Algunos temen este avance desmesurado. Pero, como la relación con África es incipiente (en su máximo desarrollo no va más atrás de 2000), todavía se debate si el vínculo es expresión reivindicativa y plena de la cooperación austral o si se trata de una acción neocolonizadora. Alden resume las posturas en tres: “socios en el desarrollo”, “competidor económico” y “potencia colonizadora”. Sin embargo, también se plantea una perspectiva
optimista de la relación desde una posición alternativa, como la resumió el presidente de Zimbabwe que acaba de llegar a los 90 años: “China proporciona una nueva dirección alternativa… la creación de un nuevo paradigma global”. Por último, los más optimistas de todos postulan la posibilidad que el comercio bilateral sea equilibrado y que China realmente, pese a todo lo que se critica, genera desarrollo en África.
Lo que se evidencia es que este país pasó de la marginación en la órbita asiática de época maoísta a ser el epicentro regional ofreciendo mano de obra abundante, un polo dinámico de producción y la visión de relaciones pacíficas de cooperación, aunque sin perder de vista los movimientos de Estados Unidos. Al respecto, algunos sostienen la tesis de una nueva bipolaridad entre Beijing y Washington, y otros descartan ese enfoque argumentando que China no quiere ser gran potencia sino que el status alcanzado es consecuencia inevitable de su despegue económico o, en otras palabras, del aprovechamiento del fracaso de Occidente en el diálogo Norte-Sur, patente en las políticas de ajuste de la década de 1980 que explican, por ejemplo, por qué de los 48 países menos avanzados del mundo, 33 son subsaharianos o el 70% de la población seropositiva reside en África. Desde el fin del mundo bipolar el abandono de África por parte de Occidente dejó a los Estados africanos librados a su suerte. En buena medida depende de la iniciativa de los africanos. Entonces, buscando nuevos horizontes y, pese al debate y las imperfecciones, hay más China-África para rato.

 

Publicado en:

http://www.africafundacion.org/spip.php?article16606

http://iuxsed.com/not/828/china_y_su_relacion_con_africa___nueva_metropoli_del_siglo_xxi_/

3 thoughts on “China y su relación con África: ¿nueva metrópoli del siglo XXI?

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