Ensayos, Textos periodísticos y de divulgación

Haití en llamas

El duro presente del país caribeño

 

Todo empezó con mucha esperanza, pero también de forma sumamente violenta. Una madrugada de agosto de 1791, un grupo muy grande de personas esclavizadas se levantó en el entonces Santo Domingo, colonia francesa, al calor del proceso revolucionario iniciado en Francia dos años antes, y comenzó una batalla encarnizada contra la esclavitud, destruyendo la totalidad a su paso y, sobre todo, anhelando la aniquilación de sus tan odiados amos. En aquel momento, la futura Haití era la posesión más valorada por Francia, ya que aportaba la impresionante suma del 75% de la producción azucarera mundial y, para la metrópoli, comportaba un símbolo de prestigio. Sin embargo, tras algunos años, la naciente República Francesa debió acostumbrarse a la pérdida de esta joya colonial.

Al calor de un ciclo revolucionario que incluyó una conflagración internacionalizada y hasta una guerra civil, el 1° de enero de 1804 nacía la primera república negra del mundo y el segundo país independiente de América, con un nombre modificado en honor a los pueblos originarios existentes al comienzo de la ocupación europea del Caribe y rápidamente extintos por la rapacidad de los invasores colonialistas.

La Revolución Haitiana se constituyó en la única revuelta de poblaciones esclavizadas victoriosa de la humanidad y, sin saberlo al comienzo, en el alumbramiento de una nueva nación que guio el camino a las independencias sucesivas en América Latina por su ejemplo de tenacidad y heroísmo.

Haití ha atravesado toda clase de complicaciones –una ocupación estadounidense en la primera parte del siglo XX, terremotos, guerra civil, epidemias, dictaduras, inclemencias climáticas, inseguridad, etc.–, pero, en primer lugar, surgió con un problema, la deuda, pues para acceder a la libertad su exmetrópoli le exigió un pago multimillonario que recién lograría cancelar a mediados del siglo pasado. Se trató de un gasto que en buena medida explica los percances que llegan al presente y que lo caracteriza como el país más empobrecido del continente.

Haití prácticamente vive incapacitado para recuperarse, pues a una desgracia sucede otra. Así ocurrió luego del devastador terremoto de enero de 2010, uno de los peores de los cuales se tenga registro, con un saldo superior a las 300 mil víctimas, más de un millón y medio de personas desplazadas y una consecutiva crisis sanitaria sin precedentes marcada por un brote de cólera muy difícil de combatir. Sin dar mucho tiempo para un alivio, casi siete años más tarde el Huracán Matthew devastó el sur del país.

A estas inclemencias se suma que la inestabilidad política atenta contra el desarrollo, es decir, un Estado muy débil e incapaz de proveer los servicios básicos, sobre todo en los tiempos más recientes. En contraste, cuando el país gozó de estabilidad, lo hizo al costo de perder las libertades, como en el período bajo la tutela de la dinastía totalitaria Duvalier (1957-1986) o, incluso antes, bajo el liderazgo de emperadores, curiosamente en un país que se originó en la lucha contra Napoleón, como Faustin Soulouque, o Faustin I, a mediados del siglo XIX, o antes Henri Christophe (Henri I) y el primer gobernante y prócer de la independencia que perdió su trono y la vida justamente por su carácter autocrático, Jean-Jacques Dessalines, coronado Jacques I en 1805, algún tiempo después de la emancipación.

2010 como un parteaguas

La situación actual de Haití compendia todas las desgracias vividas antaño. Al coletazo del terremoto de 2010, verdadero punto de inflexión desgraciado y propiciador de un colapso generalizado, se sumó el más reciente sismo de 2021 que, junto con los huracanes, formaron un combo fatal atentatorio de toda posibilidad de reconstrucción.

Tampoco en estas últimas décadas la política ayudó. El mandato del cantante devenido figura política Michael Martelly (2011-2016), alias “Sweet Micky”, si pudiera haber tenido alguna chance de reponer el país de la salida a la crisis del terremoto de 2010 bajo la esperanza de ser un outsider y con promesas de cambio, no pudo revertir el empeoramiento de la situación. Más tarde, resultaría acusado por Estados Unidos de apoyo al narcotráfico, pero ya en el plano doméstico había abonado a acentuar la inestabilidad política haitiana al ser él mismo financista de las bandas que desde el Estado decía combatir.

Para mayor criticismo, Martelly comportó un estilo muy personalista, acompañado de una fuerte debilidad parlamentaria, lo que lo llevó a la reposición reiterada del cargo de primer ministro como reflejo de una muy extrema debilidad institucional.

Al menos, su llegada al poder marcó la primera transición democrática exitosa en la historia nacional. No obstante, a su salida, el proceso de recambio democrático fue irregular y, tras un impasse sobre todo visto en gran parte de 2016, que incluyó postergaciones y una elección previa anulada en octubre de 2015, el antiguo empresario Jovenel Moïse, otro outsider de la política, alcanzó una muy cómoda victoria electoral en noviembre de 2016, con 55,6 % de los votos y aventajando por más de 35 puntos al segundo contendiente. Asumió la presidencia con retraso en febrero de 2017, en un clima muy tenso y con un férreo desacuerdo opositor. Como una muestra de su debilidad, a partir del año siguiente debió enfrentar recurrentes y masivas protestas, con fuertes reclamos económicos, como el relativo al aumento del precio de los combustibles tras la quita de subsidios, y, asimismo, quejas por corrupción.

De algún modo, el gobierno de Moïse precipitó el colapso del país, al acelerar la inestabilidad desarrollada durante el período de transición precedente y la presidencia de Martelly. Se trataba de una gestión profundamente débil, que no contaba ni con el propio apoyo partidario, con un presidente que estuvo acompañado, de modo similar a Martelly, por cuatro primeros ministros, y que comenzó a ser testigo de la presencia alarmante de bandas delictivas, producto de la pauperización gradual de las condiciones de vida en los últimos años, tomando como un catalizador importantísimo el terremoto de principios de 2010. En junio de 2021, el asesinato de Moïse fue el detonante de una crisis sociopolítica local que se profundizó de manera exponencial a las pocas semanas, a partir del terremoto ya mencionado.

Al momento del magnicidio, el gobierno se encontraba paralizado: a comienzos de 2021, la máxima instancia judicial del país había dado por terminado el mandato presidencial de Moïse, decisión que el mandatario rechazó, alegando que había asumido su gestión con un año de demora. La oposición movilizó una serie significativa de protestas para presionarlo a dar por concluido su período. Esta crisis se desbloqueó cuando un comando asaltó el palacio presidencial, asesinó a disparos al presidente e hirió de gravedad a su esposa, en un hecho que, más de cuatro años después, sigue sin esclarecerse.

La crisis pos-Moïse

El caos desatado tras el magnicidio, además de la inestabilidad extrema, en forma poco frecuente ante la indiferencia generalizada, disparó las alarmas por la situación en Haití y, como a comienzos del siglo, fue dando impulso a la idea de una nueva intervención internacional de Naciones Unidas (tras la denominada MINUSTAH, llevada a cabo entre 2004 y 2017). Durante 2022, la ONU planeó el despliegue de una fuerza de acción rápida en un escenario de crisis total y de enfrentamientos entre bandas delictivas con decenas de muertes en las calles a diario. Una situación incontrolable, en suma.

Al reciente primer ministro, designado dos días antes del magnicidio, Ariel Henry, le tocó el difícil reto de conducir la política para proponer la formación de un gobierno de unidad y la convocatoria a una asamblea constituyente. Mientras tanto, las bandas armadas delictivas fueron capturando las principales ciudades del país y exigiendo la salida del funcionario como condición para deponer las armas. Aquejado por la impopularidad y crecientes protestas en su contra, Henry dejó el cargo, pero el descontento no disminuyó. Como ocurrió en otras épocas, se han sucedido otros políticos en el cargo, pero la violencia de las bandas no cedió ni un ápice.

Con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, en octubre de 2023 se creó una fuerza internacional de respaldo a la policía haitiana compuesta por mil efectivos policiales de Kenia, entre otros integrantes de países de la región circundante a la de la nación caribeña, a la par que el gobierno dominicano cerraba su frontera por obvias razones de seguridad. La fuerza multilateral, bajo el nombre oficial de Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), inició operaciones en suelo haitiano a mediados de 2024. El primer despliegue fue el de los efectivos keniatas, lo que muestra la centralidad del presidente William Ruto en la gestación de este cuerpo armado y el peso geoestratégico de esta nación del Cuerno de África.

Pasada casi una década de los últimos sufragios celebrados en Haití, el desbordado contexto actual vuelve prácticamente imposible la realización de elecciones, pese a que la nueva autoridad, el Consejo Presidencial de Transición, se esfuerza por establecer condiciones para concretarlas. No obstante, el panorama es desolador. Pese al embargo de armas dispuesto en 2022 por Naciones Unidas, estas siguen fluyendo, y solo en 2024 han muerto más de 5.500 personas producto del accionar de las bandas. A pesar del apoyo internacional, la situación de las fuerzas de seguridad es sumamente débil. La Policía controla apenas el 15% del área metropolitana de la capital, Puerto Príncipe, y su control se extiende a otras áreas del país, pero no es total. Mientras, el objetivo de las agrupaciones armadas es la caída del poder central.

A dos años de su creación, la misión multilateral sufre críticas por su incapacidad manifiesta de conseguir sus metas, tal como detener la violencia de los grupos armados y frenar su avance, así como lograr una mejora del contexto que permita celebrar elecciones y devolver la estabilidad institucional a Haití.

La porción occidental de la antigua isla La Española sufre la peor crisis de su historia y, al parecer, las esperanzas de mejoría son, por ahora, bastante remotas. Haití por el momento continúa siendo un compendio surtido de tragedias.

 

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