Artículos académicos, Mundo Negro Digital

A ocho décadas de un clásico

Capitalismo y esclavitud, de Eric Williams

Quien fuera primer ministro de Trinidad y Tobago entre 1956 y 1981, Eric Williams, plantea en el prefacio de Capitalismo y esclavitud que esta obra suya es un estudio de la contribución de la esclavitud al desarrollo capitalista británico. El historiador no perdió de vista que el sacrificio de millones de personas africanas esclavizadas, en su mayoría hombres jóvenes y fuertes que lograron sobrevivir el tortuoso periplo atlántico, no sería en vano. El paso de millones de ellos procedentes de África implicó una huella profunda en la historia americana que llega hasta el presente.

En este proceso, según Williams, entre mediados del XVI y avanzado el XIX, ingresaron más de 14 millones de personas arrancadas de regiones africanas, principalmente occidentales, de modo que su esfuerzo permitió el acopio, en parte, de las riquezas necesarias para lo que se denominó la «acumulación primitiva». Lo anterior responde a las ganancias acumuladas gracias al cultivo de azúcar, algodón y tabaco, sobre todo, necesarios para la gradual industrialización de las islas y que desde 1750 aproximadamente se pudiera hablar del despegue de la Revolución Industrial en Gran Bretaña. Sin este comercio y la esclavitud que lo hizo posible no se hubiera dado lo anterior, explica Williams. El desarrollo de las plantaciones caribeñas de azúcar entre 1650 y 1850 sería imposible sin la esclavitud. Por eso las Antillas británicas se convirtieron, para el Imperio, en el corazón de su economía.

Efecto en cadena

El circuito comercial se mostró cada vez más ambicioso y, con ello, más sádico, considerando a los esclavizados como meras mercancías. Repasando las cifras, la cantidad de «piezas de Indias» transportadas se engrandece. Una sola compañía británica, entre 1680 y 1686, llevó un promedio anual de 5 000 esclavizados. Casi un siglo más tarde, en 1760, 146 buques partieron de puertos británicos hacia África con capacidad para 36 000 esclavizados. En 1771 el número se elevó a 190 para 47 000 infortunadas personas. Entre 1680 y 1786 la importación de esta mano de obra fue superior a dos millones de individuos. Con este comercio se entiende el origen de ­Liverpool, ciudad que devino en el mayor puerto de embarque europeo en el comercio triangular. Para 1750, indica el intelectual trinitario, no había ciudad manufacturera o industrial que no tuviera algún grado de relación con la trata.

El surgimiento del capitalismo fue un proceso violento amparado, en buena medida, en la codicia por la mano de obra africana esclavizada que infló los bolsillos de los traficantes a costa del sufrimiento ajeno. Además, el comercio intercontinental creció gracias a esta trata, las necesidades de la masa esclavizada en América generaron nuevas demandas en Europa, creció la industria de los astilleros y aumentó el poder de los Estados que traficaban estas «piezas de ébano». El capitalismo europeo maduró gracias a este intenso flujo comercial, particularmente el británico, se desarrollaron las ciudades foco de este circuito triangular (África-América-Europa) y la banca se desarrolló con ímpetu.

Entre las urbes, además de Liverpool, destacaron Bristol y Glasgow. Williams evoca en Capitalismo y esclavitud a un contemporáneo que dijo respecto a las ciudades mencionadas: «No hay un solo ladrillo en la ciudad que no esté mezclado con la sangre de un esclavo». En el sudoeste de Inglaterra, en Wiltshire, se construyó la mansión más fastuosa de todo el occidente inglés de la mano de la familia Beckford, colonos muy activos en el negocio caribeño del azúcar. No hay espacio aquí para mencionar cada una de las mansiones y activos erigidos en las islas gracias al sacrificio de ingentes masas de esclavizados al otro lado del Atlántico, pero sí es oportuno señalar que el ennoblecimiento y acceso a la aristocracia de numerosas familias fue debido, en buena medida, a los tesoros caribeños acumulados o a cargos públicos como el de regidor de Londres. No faltaron individuos pobres que vivieron cómodamente o en una riqueza no despreciable por la herencia causal de algún capital proveniente del Caribe.

Colofón

Durante mucho tiempo, mientras Gran Bretaña mantuvo el monopolio, el azúcar y las Antillas occidentales fueron la joya de la corona. Esto comenzó a cambiar en las postrimerías del XVIII, cuando el algodón, industria capitalista por excelencia según Williams, empezó a ser el rey. En esta época, en la que se inauguró el laissez faire, se alentó la abolición de la trata esclavista (1807), se derogó la esclavitud en todos los dominios británicos (1833) y, en 1846, se eliminó la preferencia por el azúcar. Estas tres decisiones, sumadas a las presiones del movimiento abolicionista, sentenciaron de muerte al sistema ­transatlántico. Como apunta el autor de Capitalismo y esclavitud, «los humanitarios fueron la punta de lanza del ataque que destruyó el sistema de las Antillas y que liberó a los negros».

Lo curioso fue que quienes construyeron y respaldaron ese sistema procedieron a todo lo contrario tiempo después: su condena y desarticulación. Como afirma Williams, «los negros habían sido animados a la libertad por el desarrollo de la misma riqueza que su trabajo había creado». Sobre las cenizas de un complejo que ya estaba condenado a la extinción despertó, sin embargo, una nueva nación británica, enriquecida tras varias generaciones de comercio esclavista, industrializada y destinada a tener casi un siglo más de hegemonía mundial. Todo ello gracias, en parte, a la explotación de masas humanas africanas que han quedado en el más absoluto anonimato.

Ilustración: 123RF

 

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