Algunos hitos bolivianos y un balance general de la situación a la luz de la evidencia histórica
Algunos hitos bolivianos y un balance general de la situación a la luz de la evidencia histórica
Resulta evidente que la historia de Bolivia desde 1952 ha sido triste y su población en lo absoluto ha podido revertir el camino histórico de una nación aquejada por la pobreza y unas condiciones económicas que la colocaron en desventaja respecto a otros estados de la región. Entonces, no constituye nada novedoso el sostener que Bolivia es un país del tercer mundo, caracterizado por la pobreza, la falta de educación, la extrema dependencia, etc. Ahora bien, es necesario entender el por qué de dicha situación, debido a que tal escenario no es un producto espontáneo, por el contrario, es resultado de un proceso histórico acabado.
El objetivo central de este trabajo es brindar una explicación plausible sobre el estado actual de Bolivia, para lo cual se construirá un razonamiento fundamentado en la existencia de tres hitos que, al entender del autor, arrojan luz sobre el fin propuesto.
De todas formas, no debe pensarse con ello que la historia boliviana contemporánea debe su razón de ser a éstos, si no que dichos episodios contribuyen a entender el contexto boliviano, evitándose de este modo las explicaciones monocausales. Ante todo se debe recordar que existen otros factores, aunque este trabajo, como ya se dijo, hará hincapié especialmente en esa trilogía de hechos.
El primer hito seleccionado es la Guerra del Pacífico. El segundo es la “Revolución Boliviana” de 1952, hecho de vital importancia para la historia política boliviana actual.
Por último existe un tercer acontecimiento histórico de gran importancia y cuya inclusión en este trío queda fundamentada porque guarda una estrecha relación con el segundo, a saber, la muerte de Ernesto “Che” Guevara, en 1967, acaecida en suelo boliviano.
Por otra parte, revistiendo este ensayo la calidad de un escrito de actualidad boliviana, se hará un breve análisis de la situación hoy en día, en vista de la mentada “Guerra del gas”, en una suerte de revisión íntegra de la realidad social del país y su conexión con una honda herida del pueblo boliviano: el tema de la “mediterraneidad”. En otras palabras, se advierte al lector que se ahondará sobre la principal consecuencia del primer hito, la falta de salida al mar de los bolivianos.
PRIMER HITO: LA GUERRA DEL PACÍFICO
Se comenzará por un comentario respecto de la Guerra del Pacífico, más distante en el tiempo que la Revolución de 1952 y la muerte de Ernesto Guevara. Todo el mundo conoce su principal consecuencia, una funesta derrota para Bolivia que implicó la bancarrota financiera y la pérdida del litoral marítimo, encerrando al país en el problema de la “mediterraneidad”, consecuencia con la que tuvo que convivir hasta el momento. Un autor califica dicha guerra como “la más desgarradora y la más terrible de las contiendas internacionales”.
La “tragedia boliviana”, transcurrida entre 1879 y 1883, comenzó pocos años antes de 1879. La Asamblea Constituyente boliviana en 1873 había sancionado con un impuesto de 10 centavos el quintal de salitre que exportaba una compañía atacameña de capitalistas chilenos vinculados con su país. Como antes la compañía tenía exención impositiva, naturalmente hubo quejas y resistencias.
Lo antedicho fue aprovechado por el gobierno chileno el cual, buscando el mínimo roce y aspirando a las riquezas bolivianas, consideraba que el choque ya no era el de una empresa privada frente al estado boliviano, si no un litigio que tenía como protagonistas a este último y, por otra parte, a Chile. Entonces, ante la negativa de las autoridades bolivianas a someter la ley para que fuera derogada (a propuesta de un delegado chileno, enviado con dicho propósito), el 12 de febrero de 1878 se declararon rotas las relaciones entre ambas naciones y, finalmente, dos días más tarde, tropas chilenas desembarcaron en el puerto boliviano de Antofagasta, ocupándolo.
Alcides Arguedas (Wikipedia)
La lectura que se ha tomado como eje de la indagación respecto del tema es la de Alcides Arguedas, Historia General de Bolivia. El proceso de la nacionalidad: 1809-1921, en donde el tratamiento de la Guerra del Pacífico ocupa un libro de la obra denominado “La guerra injusta”. El autor lamenta la pérdida del litoral marítimo y señala el rol secundario de Bolivia en la disputa (eclipsado por la acción de Perú), además de que el país haya estado más interesado en las refriegas internas que en el anhelo por explotar las riquezas, o siquiera haber aprendido a cimentar su defensa en los años previos. Además, poco importaban a las masas las riquezas, ya que no tenían acceso a ellas, monopolizadas las mismas históricamente por un puñado de familias privilegiadas.
Dentro de su estudio político, si se quiere, la tesis fuerte de Arguedas argumenta que la defensa de los recursos bolivianos se hizo imposible por la falta de nacionalidad de la población, o bien como dice éste “el estado de inferioridad política” de la misma. Si se tiene en cuenta el carácter absoluto de la derrota sorprende lo que señala el autor, el pueblo boliviano siempre mantuvo una fe ciega en el triunfo final. Por lo tanto, volviendo a la cuestión de “la falta de espíritu nacional”, no es una casualidad que tanto peruanos como bolivianos culparan a sus dirigentes por la derrota debido a “su impericia, pusilanimidad y su falta de elevado y noble patriotismo.”. Para avalar lo anteriormente expuesto, en un contexto totalmente diferente, en el año 1968 se señalaba que Bolivia sin el gas sería un país sin Estado nacional, es decir, la preocupación por la falta del último (o al menos su extrema debilidad, al igual que la del nacionalismo) siempre ha sido una preocupación constante de la intelectualidad boliviana.
Realmente, si se perdió el litoral fue porque Bolivia nunca detentó una autoridad fuerte en la zona y, a propósito, la atracción económica por el salitre en los años previos a la guerra indujo a la penetración de explotadores chilenos que ingresaban en la zona sin autorización de las autoridades bolivianas, en una “…suerte de invasión pacífica.”. A continuación, el primer episodio de una invasión violenta, antecedente directo de la Guerra, tuvo lugar cuando en 1857 una Fragata chilena (la “Esmeralda”) se apoderó del puerto de Mejillones.
En este sentido, y en base a lo expuesto en el párrafo anterior, se está en condiciones de concluir que lo que motivó la guerra fueron las aspiraciones hegemónicas de Chile en la región, motivadas por las intenciones de hacerse con el control de un Litoral rico en recursos minerales. Se puede citar al respecto una decena de agresiones a Bolivia por parte de Chile, en calidad de antecedentes, que avalan el planteo anterior. Por su parte, en contraste con una visión tradicional y dominante, esta perspectiva niega que la causa del litigio haya sido la intervención británica como se ha querido hacer creer en el caso de la Guerra de la Triple Alianza, en donde Inglaterra aparentemente quiso desarmar el proyecto autonomista del Paraguay por contrariar sus intereses en la región.
A esta altura el lector se habrá formado una idea precisa sobre las pretensiones territoriales chilenas como detonante de la Guerra del Pacífico. Ahora bien, el ensayo de Patricio Valdivieso niega ese elemento como causal. Este autor sostiene que siempre existió un ambiente (verdaderamente infundado) de sospechas en Perú y Bolivia sobre las verdaderas intenciones chilenas y, al respecto, pensaban las autoridades de dichas naciones que Chile quería expandir su dominio en la región de Atacama. Por el contrario, los gobernantes chilenos “…jamás pretendieron tal cosa, aun cuando el avance de empresarios y trabajadores chilenos, de hecho, vinculó esas regiones más a Chile que a Perú y Bolivia.”.
Se aprecia la magnitud de lo expoliado La última cita viene a cuento a la hora de criticar toda aquella producción historiográfica, hija del rencor nacido en la derrota, que hace a Chile el único responsable de la Guerra, cuando el autor repara en las actitudes irresponsables bolivianas. De todas formas, esta obra es un exponente más de la visión de los vencedores y entra en colisión con la perspectiva de la “guerra injusta”, elaborada desde el campo de los vencidos. Responde a un intento por exonerar de culpas a los chilenos y formular que las propias fuerzas históricas fueron las responsables por el inicio de las hostilidades, sumadas a las malas decisiones del gobierno boliviano.
Así las cosas, con el resultado negativo para Bolivia, el tópico de la “traición” surgió entre los bolivianos por la retirada y presunta connivencia con Chile de su líder político, Daza. En una suerte de autismo, éste sólo quería retornar a su país para, en un gesto autoritario, acallar esas voces. Sin embargo no pudo hacerlo puesto que una revolución (con foco en La Paz) depuso al tirano traidor, el 28 de diciembre de 1879.
Generalmente, en una experiencia desastrosa los presuntos culpables son responsabilizados rápidamente y la Guerra del Pacífico no fue una excepción al respecto. Además, en un gesto de lucidez, el vicepresidente Arce desató una crítica al nuevo presidente, Campero, quien lo depuso. En ella argumentaba que constituía una locura proseguir con una guerra que ya se daba por perdida, debido a la superioridad militar y el ascendiente nacionalismo chileno, del que carecía Bolivia.
En un paréntesis respecto a la crónica, hay que reparar en un asunto de política internacional. La Guerra del Pacífico, y en consecuencia, la salida al mar de Bolivia como tema de interés nacional, ha configurado la diplomacia y las relaciones internacionales de este país hasta hoy. Se puede efectuar un catálogo de acuerdos y protocolos con Chile y Perú, pero sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX la cuestión de la “compensación” se tornó muy importante, siendo un reclamo constante de Bolivia. Por ejemplo, en 1974 se conformó una “Comisión Marítima”, cuyo producto fue el “Acta de Cochabamba”, estableciéndose que la salida al problema de la mediterraneidad boliviana debía ser de común acuerdo entre los tres países partícipes de la Guerra casi un siglo atrás. Si bien estas negociaciones no lograron los resultados esperados, contribuyeron a la concientización respecto a que este problema era “tripartito”, dándole un cariz internacional al asunto.
Hilarión Daza (Wikipedia)
Un último aporte significativo, a pesar de las desgracias, fue el hecho de que la Guerra del Pacífico incidió en la política boliviana, dando su forma a los futuros partidos políticos principales del país, los (más tarde) conservadores, partidarios de la paz, y liberales, aquellos adherentes de la idea de guerra sin tregua, representados respectivamente en el Congreso. Los primeros estaban en abierta minoría al comienzo y eso fue fatal para el destino de la nación, continuó la guerra. Pero más allá de esta disidencia, había consenso en torno a que en Bolivia no se dieran las condiciones para una revolución popular como la que depuso a Daza; “Viva el orden, abajo las revoluciones” era el lema de época.
SEGUNDO HITO: LA REVOLUCIÓN BOLIVIANA
Retomando el primer hito, si se considera que, tras aquella sublevación masiva comentada en el párrafo anterior, la cual depuso al presidente Daza, no hubo ningún estallido popular de importancia en la historia boliviana, no obstante, tras la Guerra del Pacífico existió otro evento de mayor envergadura, aunque hubo que esperar décadas por éste y, en ese sentido, la bibliografía indica que al año 1952 fue un momento decisivo de la historia nacional y el más importante del siglo XX por lejos para el país andino. El 9 de abril de dicho año comenzó la Revolución Boliviana, el único evento en el que una insurrección popular logró desmantelar un ejército. Esta Revolución disolvió el último y conformó otro con mineros y campesinos. Su impacto sobre América Latina fue único, el primer hecho de esta naturaleza, igualado sólo por la Revolución Cubana, ocurrida sólo unos pocos años más tarde.
La Revolución en Bolivia no se inscribió dentro de la generalidad de la constelación ideológica de la época. Es decir, si bien no fue marxista-leninista, sin embargo, adoptó medidas que pudieran parecer familiares a cualquiera de las revoluciones coetáneas, en especial, la nacionalización de los medios de producción y una reforma agraria más radical, incluso, que la de la propia Cuba revolucionaria. Por lo tanto, es correcto afirmar que estuvo plagada de paradojas, por ejemplo, mientras el gobierno “revolucionario” nacionalizaba los medios de producción, por otra parte, recibía el apoyo imperialista norteamericano.
Una paradoja más reside en el hecho de que mientras las cúpulas revolucionarias de la época bebían (ideológicamente hablando) de las fuentes del marxismo y eran pro soviéticas, en Bolivia el MNR, fundado once años antes de 1952, era simpatizante de las ideas del nacionalsocialismo y sus partidarios admiradores de Hitler, sobre todo durante su gesta épica en Europa. En adición, es curioso pensar en un grupo fascista liderando una revolución en una nación compuesta mayoritariamente por población indígena, si se considera la doctrina racista que avala dicha ideología. Toda esta caracterización fue discutida con posterioridad, pero este tema es parte de un asunto que será comentado luego.
Así las cosas, desde 1952 hasta 1964 el MNR se mantuvo en el poder, desplazando en el ínterin a la Central Obrera Boliviana (COB), exponente de las más diversas tendencias revolucionarias y de la democracia sindical campesina. De esta forma se acabó con el “poder dual”, encaminando el proceso por la senda contrarrevolucionaria. Por otra parte, los EEUU, con su apoyo al régimen, hicieron posible que el país no se acercara a la Unión Soviética, en el contexto de la Guerra Fría, por lo tanto no hubo tensiones en ese sentido y de tal modo la Revolución y su desarrollo quedaron poco investigados porque la historiografía del período hace hincapié en los conflictos propios de la Guerra Fría. Entonces, Bolivia no es un eje importante en la asonada de los conflictos propios de la misma.
Finalizado ese lapso de trece años, con la excusa de la agitación popular, sobrevino el peor momento de la historia boliviana, una Junta Militar depuso al débil y cuestionado MNR., iniciándose con ello la dictadura militar tras un “golpe preventivo”. Ésta fue responsable, entre otros menesteres, del asesinato de Ernesto “Che” Guevara.
Finalmente, tras algunos cambios en los pocos años previos, la dictadura se recrudeció cuando en 1971 el ascenso del entonces Coronel Bánzer proyectaba la sombra de la destrucción del movimiento obrero. De todo esto se infiere que lo que comenzó con una supuesta “revolución proletaria” terminó siendo el gobierno de un grupo que cada vez devino más “derechista” y cuya experiencia fallida culminó simplemente con el autoritarismo militar, si se considera que el MNR fue perdiendo gradualmente apoyos (sólo el campesinado siguió siendo fiel al partido).
De todas formas, y a modo de síntesis, debe decirse que hubo transformaciones
radicales como producto de la Revolución. Según comenta Isaac Bigio, en primer lugar, la vieja oligarquía altiplánica fue depuesta, en segundo término, los sindicatos tomaron un ascendente que hasta ese momento no habían gozado, armándose, tomando tierras y transformándose en un poder paralelo, se nacionalizaron riquezas diversas y, por último, se le concedió la ciudadanía a la mayoría de la población, iletrada desde ya.
En suma, la izquierda caracteriza al año´52 como aquel en el que se produjo una “revolución proletaria” en Bolivia, de modo que se interpreta que los obreros no supieron conservarla para sí y cedieron el mando al partido en cuestión, iniciándose con ello la contrarrevolución. Entonces, se hace una lectura del MNR tal que se lo reconoce como a una agrupación pequeño-burguesa iniciadora de la insurrección, pero que la terminó desviando en su provecho. Para resumir, dice al respecto Liborio Justo lo siguiente: “El proletariado victorioso entregó el poder a la dirección pequeño burguesa emenerrista, es decir, a una dirección política que no era la suya.”.
Este autor califica a la Revolución Boliviana como “la única revolución obrera del continente”. De todas formas, los intelectuales bolivianos están de acuerdo en el sentido en que el MNR imprimió su sello a la Revolución y más allá de considerar si se puede hablar de la misma como “derrotada”, “traicionada”, etc., se debe evaluar cuáles han sido las consecuencias de ésta para el pueblo boliviano. Entonces se dice que todas las medidas de gobierno fueron producto de la presión revolucionaria, pero la forma en que el partido al poder las fue adoptando las privó de su carácter revolucionario. Por último, el agravante más temido no tardó en llegar, las dictaduras militares, que en opinión de un periodista boliviano, Said Villavicencio, no hicieron más que vestir “…de sangre y vergüenza la historia nacional, se encargaron de agravar el cuadro de pobreza de la mayoría de sus habitantes, y de enlutar el porvenir de las generaciones posteriores…”.
La óptica de Alberto Pla sobre el proceso descansa sobre una premisa similar a la del trabajo de Liborio Justo. El primero sostiene que el gobierno movimientista (nacionalista y burgués), apoyado por EE.UU., de una política moderada y conciliadora al principio, se transformó en abiertamente contrarrevolucionario, hasta el punto de que sus propias filas se generaría la contrarrevolución declarada, en 1964. Entonces, resta decir que para Pla la principal contradicción de la época reside en “…la revolución burguesa que pretende el MNR y la revolución social que está en la base de las reivindicaciones obreras…”. Así las cosas, al contener tendencias de todo el espectro político, el MNR primero golpeó a la derecha y más tarde sofocó al movimiento obrero.
Ahora bien, grosso modo, todo lo anterior responde a la historiografía de izquierda y su lectura sobre la Revolución en cuestión, por lo tanto el hecho de adoptar solamente dicho enfoque como interpretación de la gesta constituye un error metodológico, si se piensa en la diversidad de corrientes históricas y autores. En este sentido, el análisis de la Revolución hecho por un autor no adoctrinado en la izquierda política, muestra una situación diferente y una reconstrucción distinta del caso histórico. Entonces, a continuación, se comentará el análisis histórico que hace la obra de Roberto Jordán Pando, De Bolívar a la Revolución Boliviana, trabajo cuyas conclusiones difieren radicalmente respecto de la idea central expuesta por la izquierda sobre la naturaleza del proceso estudiado.
Ante todo, para despejar dudas sobre su significado, el autor citado entiende como idea fundacional que la Revolución fue en primer lugar “nacional”, para desligarse de una matriz socialista, comunista, o bien de derecha. Es decir, constituyó una “revolución nacional”, dirigida por un bloque político, armado en torno a una alianza pluriclasista, y no un grupo fascista, como lo ha querido ver la historiografía de izquierda. Al contrario, ya desde sus comienzos funcionó como un grupo de intelectuales nacionalistas cuyas orientaciones populistas lo llevaron a enfrentarse con la oligarquía minera. Si bien es cierto que en Bolivia para la época operaban ciertos grupos simpatizantes de Alemania, no obstante, ello no implica que el MNR fuera un partido similar a la Falange Socialista Boliviana, como se ha pensado. Un ejemplo similar de esta concepción errónea se puede dar en el caso del peronismo argentino, denominado ingenuamente “fascismo de izquierda”.
La tesis fuerte del libro de Jordán Pando reside en que la Revolución implicó la
conquista de los derechos sociales y políticos de los hasta entonces marginados, tanto en la Colonia como en la República. Al momento de la independencia, “las capas dominantes republicanas, simplemente sustituyeron la estructura del poder colonial con preterición de los indígenas. El proceso de cambio se agotó en los objetivos nacionales.”. Es más, el gobierno postcolonial recrudeció el sistema que sustentaba las relaciones de producción perjudiciales para la mayoría de la población, así que se extendió el feudalismo en el agro y el semiagro, formándose la sociedad feudal-minera cuya elite sería la que más tarde constituiría la “Rosca”.
Ese poder, aliado con el de los latifundistas, constituyó la oligarquía que a partir del 9 de abril de 1952 la Revolución puso en grandes aprietos, aunque con anterioridad a la citada fecha constituyó el gobierno más poderoso que Bolivia jamás haya visto. Por ende, agotado éste, se derrotó lo antinacional y así se le ponía coto al superestado minero. De esta forma el MNR postuló aquello que no pudo la Independencia en favor de los grupos oprimidos y marginados, constituyéndose en el portavoz de las demandas de éstos, el principal partido de masas de la historia boliviana y el vocero de los oprimidos de la nacionalidad. Lo notable fue que sólo el nacionalismo revolucionario haya sido la única ideología adoptada por el frente de clases a lo largo de estas transformaciones.
Más allá de la valoración que ha hecho la izquierda, y demás corrientes historiográficas sobre el proceso, se puede hacer un balance, el cual por cierto luego de un análisis exhaustivo, arroja resultados negativos. Al respecto, Said confirma, en esta dirección, lo que se sostuvo al comienzo de este ensayo, a saber, desde 1952 hasta la fecha Bolivia ha vivido un período calamitoso. En el contexto del aniversario número cincuenta de la Revolución, agregaba el mencionado con un tono plenamente pesimista que si bien para América Latina los´80 fueron la “década perdida”, a tenor de lo expuesto con anterioridad, para Bolivia esta última mitad de siglo debería denominarse claramente “el medio siglo perdido”.
A pesar del pesimismo imperante, tal vez se pueda formular que Jordán Pando
mantiene una visión algo más optimista del proceso y rescata aspectos positivos de la Revolución. El planteo anterior se basa en algunas acotaciones que el autor realiza con respecto a las conquistas sociales del período revolucionario, de las cuales varias fueron irreversibles (por ejemplo, la reforma agraria y la cuestión del sufragio). Además, formula el citado que si muchos pensaron que 1946 era el fin del MNR, esto no fue así, y entonces, la historia demuestra que no se acabó y la Revolución Nacional, menos. Por último, señala que la Revolución contribuyó en la diversificación productiva (y de dependencia, mejor depender de varios), aumentó el PIB en el período 1952-1964 y facilitó la mejoría de indicadores sociales, como la esperanza de vida, el índice de mortalidad, etc. Concluye sosteniendo que, si bien hoy en día el campesinado boliviano es pobre, gracias a la Revolución al menos cuenta con libertad política.
En definitiva, siguiendo a Pando, el MNR fue exitoso, cumplió lo que prometió casi en su totalidad, sobre todo ayudó a completar la Independencia (en un rico aporte para toda América Latina) aunque quede bastante por hacer. Al respecto, si se considera que en 1952 Bolivia dejó de ser un país oligárquico-feudal, convirtiéndose en una nación capitalista atrasada y aún dependiente, entonces se está en condiciones de afirmar que se siente la necesidad de hacerla avanzar hacia estados superiores, revirtiendo dichas condiciones.
René Barrientos: General que tomó el poder en 1964
(web Bibliotequilla)
El enfoque expuesto en los últimos párrafos difiere de la visión construida por la izquierda, principalmente al momento de delimitar el binomio revolución contrarrevolución.
Resulta claro que para Jordán Pando la caída del MNR implicó el inicio de la contrarrevolución, en 1964, con la llegada del golpe de estado, en una suerte de perspectiva rupturista. En contraste, dentro de un planteo de tipo más bien gradualista, Liborio Justo (y otros) aseveran que la Revolución comenzó en 1952 y sólo al calor de su desarrollo devino en contrarrevolución, al amparo del creciente protagonismo del MNR.
La lectura de izquierda pareciera no considerar plenamente la gravitación que las disidencias al interior del movimiento tuvieron en la caída del mismo, principal factor explicativo para Jordán, y entonces la primera se limita a definir al grupo simplemente como un “partido pequeño-burgués”, cuando realmente se trató de un aglutinamiento de clases, cosa harto más compleja. En suma, volviendo a lo comentado al principio, la tensión entre ambas escuelas reside en su explicación sobre la naturaleza del proceso y, a propósito, un artículo tomado en este trabajo lo resume todo en forma interrogativa: ¿Revolución Nacional o Revolución Proletaria?, he ahí el gran eje del debate (si es que no hay otros, más allá de la caracterización del MNR, cuestión comentada antes).
TERCER HITO: ERNESTO GUEVARA EN BOLIVIA
Al comienzo la aparición del “Che” Guevara en este ensayo pareciera estar disociada respecto de los dos hitos tratados con anterioridad. Pero la vinculación que se señaló entre su muerte y la Revolución Boliviana se explica a partir de las condiciones que la segunda configuró. Es decir, durante su experiencia de viajes a lo largo de Sudamérica, Bolivia fue un caso que captó notoriamente la atención de Guevara y, tan sorprendido quedó ante la aparición de la primera revuelta popular, que eso pudo haber sido motivo para que años después intentará la liberación de dicho país. Por lo visto, haber sido testigo de aquello fue su primer puntal en la conformación de una conciencia revolucionaria, según expone Gaggero.
De regreso a Bolivia, corría agosto de 1966 y Guevara tenía expectativas sobre su éxito si explotaba las debilidades del régimen boliviano, sobre todo el descontento popular ante la dictadura militar. Creía que hordas de mineros y campesinos adherirían a su empresa gracias a los rotundos éxitos militares de la guerrilla en expansión. Finalmente, como es sabido, la historia demostró que el “Che” estaba errado y, en consecuencia, la mañana del 8 de octubre de 1967 fue testigo de su captura, anterior a su ejecución.
Ahora bien, este es el punto central, la explicación sobre su fracaso en la lucha guerrillera encuentra su razón de ser en la situación político social de Bolivia en esa época, producto y consecuencia de una Revolución bastante cercana en el tiempo. El “Che” no se equivocó de mensaje, pero si falló en el momento y lugar, eligió un área despoblada con una población campesina que había gozado de una reforma agraria reciente y, por lo tanto, no podía ser seducida por la alternativa de la guerra de guerrillas, además de que la izquierda boliviana, débil y golpeada por una sucesión de golpes militares, lo había traicionado, o más bien no la seducían los métodos de acción propuestos por los guerrilleros. Además, el Comandante falló en la previsión de encontrar lo que supone él debía hallar. Por último, si bien su teoría foquista no le sirvió de mucho en un sitio en donde se hallaba en soledad junto a los suyos y debía depender de grupos no confiables, no obstante, “su mensaje va mucho más allá de la concepción del foco.”.
Reforzando lo antedicho en el párrafo anterior, el “Che” sabía que Bolivia tenía una tradición revolucionaria, una clase trabajadora a la vanguardia de las luchas y el descontento general por la dictadura, todo esto en parte lo aprendió de su estadía en 1952. Pero en 1966 sus objetivos eran diferentes, conciencia revolucionaria mediante, su propuesta consideraba la idea de lanzar “varios Vietnam” en un momento en que Estados Unidos iba de mal en peor en el sudeste asiático, y con la expectativa de que éste no podría intervenir en varios focos abiertos simultáneamente.
Entonces, si bien su diagnóstico sobre la situación nacional era correcto y el momento internacional era el adecuado, Guevara falló en elegir la ubicación y el período, optó por un territorio subpoblado y desvinculado de las clases revolucionarias, en una época de dictadura militar implacable, con un breve paréntesis constitucionalista pero reglado por las FF.AA. Haciéndose eco de estas consideraciones, los críticos han acentuado en el análisis la idea de que esta empresa fue un error y un fracaso, al igual que la del Congo. Se ha comentado la relación entre la izquierda boliviana y el movimiento foquista.
Ahora bien, conviene precisar cuáles han sido las causas del divorcio entre ambos. La principal explica que dicha izquierda no ayudó al Comandante porque los designios de Moscú no eran en nada compatibles con las aspiraciones de la lucha guerrillera, y así el Partido Boliviano Comunista, satélite de Moscú, le obedeció. Para los soviéticos, Guevara era considerado un aventurero irresponsable y Mario Monje, el líder del PBC, sólo aceptó ser parte del movimiento guerrillero a condición de renunciar a la jefatura del primero para pasar a ser jefe de este último, pretensión que el “Che” obviamente rechazó en todos sus fundamentos.
REFLEXIONES RESPECTO A LOS HITOS
Finalizada la exposición de los hitos, en este espacio se ofrecerán algunas conclusiones someras. En primer lugar, hay que destacar la importancia de los mismos, ya que explican, cada uno a su manera, el derrotero histórico de Bolivia y su configuración actual. En segundo lugar, la elección de éstos no fue arbitraria, si no que responde a un trabajo de indagación premeditado: primero la investigación sobre cada uno y luego la justificación sobre su adopción, y no a la inversa. No se ha querido acomodar ninguno a los propósitos de este ensayo.
En forma sucinta y bastante esquemática (con fines clarificadores), debe agregarse que a cada uno de los eventos le corresponde una consecuencia actualmente (o mejor dicho, una secuela). Entonces, la Guerra del Pacífico guarda una estrecha relación con la cuestión tan en boga de la “mediterraneidad”, por su parte, la configuración política y del establishment actual boliviano debe mucho a la Revolución de 1952. Finalmente, la muerte de Guevara se corresponde con la significación única de un evento revalorizado por la izquierda a escala internacional y la mejor muestra de una tradición de gobierno autoritario en el país, un fenómeno no ocasional de su historia nacional.
Retomando la cuestión de la Revolución y la actuación del MNR, debe decirse que Jordán Pando hace una apología de la misma y del accionar del grupo, y al respecto realiza un balance bastante negativo sobre los años posteriores a la restauración” (1964-1982), elitistas y pro-imperialistas. En efecto, para comienzos de los ´80 Bolivia entró en una crisis total en todos los aspectos, agravada por la propia crisis mundial.
Para 1983 el autor hacía proyecciones optimistas sobre el futuro de la política boliviana y del papel que le cabría al MNR, aunque hoy en día éstas se derrumbarían fácilmente ante la evidencia histórica (sobre todo si se tiene en cuenta la caída del emenerrista Sánchez de Lozada, acaecida en octubre de 2003).
Podrá cuestionarse o no el accionar político del MNR en el poder, pero es indiscutible para el citado autor que Bolivia en su historia ha tenido 146 años de experiencia de gobierno de dominación nacional, cuyas fuerzas centrífugas han contribuido a la dispersión de América Latina, frente a tan sólo doce años de realizaciones revolucionarias en el poder. Ahora bien, actualmente el MNR no ha desaparecido como hubieran querido los hacedores del golpe contrarrevolucionario de 1964, por el contrario, es imposible entender el último medio siglo sin su presencia (ya sea como gobierno o no) y la gran transformación que supuso la Revolución, aunque el triunfo del candidato indígena Evo Morales (del partido “Movimiento al Socialismo”) puede ser visto como un duro golpe asestado al mismo.
Sobre todo, desde la perspectiva del autor, se debe entender que las conquistas de 1952 fueron irreversibles, y esa es la razón de Jordán Pando para defender la permanencia del MNR en la política boliviana. En el momento de redacción de su texto el citado abrigaba el optimismo respecto a una mejoría de la nación con la condición de que el movimiento se reunificase como en sus momentos más álgidos y no se apartara del apoyo popular. De todas formas, los hechos postreros al 2003 atentan decididamente contra este pronóstico y, además, haya hecho bien o no las cosas el MNR, no es el objetivo de este trabajo presentarse como un espacio para la consideración crítica del accionar de una élite dirigente determinada, tan solo se atiene a analizar una situación histórica concreta.
En suma, prescindiendo del MNR u otro grupo político, el problema que se halla en el centro de las inquietudes es la superación de un viejo y gran dilema boliviano: el supuesto crecimiento económico a partir de la dependencia exterior. Esta es la principal contradicción que los dirigentes emenerristas señalaban en fecha tan temprana como 1968 y, como solución, proponían la explotación de las abundantes riquezas minerales con el desarrollo autárquico de la industria pesada, orientada hacia una estrategia de crecimiento “hacia adentro” (en la cual Bolivia mostraba retraso respecto de sus vecinos). La situación actual del país desdibuja esa proyección. El análisis de esta realidad es objeto de la sección que sigue a continuación.
A MODO DE CIERRE: BREVE DISQUISICIÓN SOBRE LA CUESTIÓN GASÍFERA Y LA SALIDA AL MAR
Como ya se dijo en la introducción, para finalizar este ensayo se retoma el tema de la “mediterraneidad” de Bolivia (consecuencia del primer hito) debido a que este tópico está a la orden del día por constituir un tema de lo más candente en lo que hace a la agenda de cuestiones a tratar por parte de los gobiernos boliviano y chileno. Para ilustrar lo antedicho, en un discurso pronunciado en la Cumbre Extraordinaria de las Américas (2004), el presidente boliviano Carlos Mesa (Vicepresidente y sucesor del derrocado S. de Lozada) expresaba la gravedad del caso con estas palabras:
Carlos Mesa (EcuRed)
“Una reflexión fundamental: es verdad que a lo largo de la historia se han producido conflictos que han generado pérdida territorial en muchos Estados; pero la pérdida de acceso libre y soberano al Océano Pacífico o al mar, en cualquier condición, tiene una característica de daño mucho mayor (…) Bolivia ha perdido más de 400 km de costa y más de 120.000 km2 en esa contienda bélica…”. Y unos instantes después Mesa mencionaba la importancia de un acercamiento diplomático chileno-boliviano al subrayar la presencia de: “…una demanda que no tiene otro objetivo que recuperar una cualidad, que recuperar un acceso útil, porque no hay ningún tipo de ventaja que compare o que pueda ser equiparable a lo que se perdió…”.
La crisis energética argentina durante 2005 obligó a su gobierno a importar recursos energéticos de otros países, como por ejemplo, Bolivia. En consecuencia, se podía leer que el Presidente Mesa viajaría en abril para firmar con su par argentino, Néstor Kirchner, un acuerdo por el cual el gobierno boliviano se comprometería a vender una suma importante de metros cúbicos de gas a sus vecinos argentinos. También se hablaba de la posibilidad de exportarlo a los EE.UU., vía los puertos peruanos, mientras que el intento de utilizar los puertos chilenos como conducto para la misma operación constituyó una tentativa que le costó la permanencia en el poder al entonces Presidente Sánchez de Lozada, en octubre de 2003. El proceso histórico desencadenado en dicho mes implicó el fracaso del proyecto político del MNR. Se puede afirmar que fue el producto de una movilización social enarbolando varias demandas concernientes a la justicia social, entre ellas, la defensa de un recurso energético nacional de tan apreciado valor como lo es el gas y, concretamente, “…la recuperación de los derechos de propiedad de los recursos hidrocarburíferos a favor del Estado boliviano”, hasta entonces en poder de aproximadamente una decena de empresas extranjeras.
Bolivia es la segunda reserva de este recurso en América. Este dato reviste una
importancia capital debido a que existe más de un país en la región interesado por el gas, al igual que la disputa por su posesión, la cual produce tensiones y divisiones al interior del citado país andino. Así las cosas, el caso de la exportación a los EE.UU. evidencia que Chile es otra de las naciones con intereses en el asunto y el quid del problema entonces reside en la negativa de Bolivia en venderle el gas al segundo. Ahora bien, esa negativa se explica a partir de la demanda incumplida que enfatizaba oportunamente el Presidente Mesa en su discurso, citado líneas arriba.
Pareciera ser que todo se resume últimamente bajo el principio de “mar por gas”, lema que Chile descarta tajantemente, por más que algunos reconocieran que los dos gobiernos precedentes al de Carlos Mesa tuvieron una actitud más abierta al diálogo respecto a la venta de hidrocarburos a quien se apropió sus tierras hace más de un siglo. En consecuencia, durante aquellas presidencias se dice que hubo acuerdos secretos por el gas, aunque Bolivia obviamente no recuperó lo suyo. Entonces, en esta órbita se cruzan dos temas que calan profundo en la sensibilidad del pueblo boliviano y se funden en idéntico topos: la soberanía.
Aquella máxima que involucra al gas no es un asunto tan sencillo como para condensarlo meramente en una frase feliz (pero que implica toda una cuestión marañosa de política exterior y es condición imprescindible para reiniciar las relaciones diplomáticas entre Chile y Bolivia). Simplemente, la esencia del problema reside en la ausencia por parte del gobierno boliviano de libertad para disponer políticas autónomas respecto al manejo responsable de sus recursos energéticos, cuando se ha dicho que casi todos se hallan en manos extranjeras. Si bien se estima que Bolivia tiene suficiente gas como abastecer a España por un siglo, nada de ello está en poder del Estado y su ciudadanía, por ende ese dato resulta superfluo. Finalmente, resulta dificultoso negociar términos de intercambio cuando los intereses extranjeros prevalecen en detrimento de lo nacional.
En la edición del diario argentino Clarín, correspondiente al lunes 17 de abril de 2006, se puede leer una nota titulada “Chile no descarta un acceso -soberano- al mar para Bolivia”. Michelle Bachelet estaría considerando el tema de la salida al mar, aunque descarta el mentado principio del “mar por gas”, reservándose la fórmula. Tal vez, este aperturismo de parte del gobierno chileno considere la imposibilidad de Evo Morales frente al uso de ese recurso como vía de acuerdo diplomático, por las razones expuestas en el párrafo precedente. O, en su lugar, haciéndose eco de numerosas voces de la opinión pública internacional que denuncian el mal infringido al pueblo boliviano por tamaña pérdida, exista una auténtica preocupación por los derechos humanos y la cuestión de la soberanía como principio estructurante de la nacionalidad.
Sea como fuere, con la cuestión de la soberanía, se vuelve a la primera aseveración de este ensayo: Bolivia es una nación subdesarrollada porque no pudo superar el flagelo de la dependencia, objeto de demostración de este trabajo. Así, se sostuvo la tesis de que este país no ha podido revertir un camino histórico concreto; aún peor, ese proceso todavía discurre por la misma turbia senda con un futuro incluso más sombrío. De esta forma, cabría esperar una nueva ola de violencia como la que sacudió al país durante el transcurso del año 2003. La recuperación de la salida marítima es un tema nacional cuya resolución se plantea con suma urgencia, pero la cuestión de la dependencia también reviste la misma o incluso mayor importancia.
Esto último no debe pasar inadvertido.