Artículos académicos

Revisando la relación entre peronismo y judaísmo

Este trabajo aborda un tema polémico que despierta enconadas discusiones, si se tiene en cuenta que actualmente gobierna una gestión peronista, que reivindica para sí las banderas de un partido y una doctrina de la cual se discute hasta qué punto su líder y fundador, Juan Domingo Perón, simpatizó con el nazismo y el régimen adoptó la forma fascista.Las primeras interpretaciones del régimen peronista tienden a homologar el peronismo con el fascismo, como una forma degradada de este último, en vista de los regímenes europeos autoritarios con el que se los comparaba exagerando los elementos represivos, corruptos del argentino, en fin, glorificándolo negativamente y adjudicándole al peronismo la naturaleza de “fascismo de clase baja”1 . Desde el punto de vista externo al funcionamiento del régimen, se debe agregar que a la construcción de esta interpretación aportó sobremanera el conocimiento acerca de los vínculos entre Perón y los alemanes en Argentina, así como contactos de sus allegados en Europa con personajes de renombre de la Europa fascista. Esta interpretación sobre la caracterización del peronismo, como una variante dentro de los regímenes fascistas, hoy no tiene gran aceptación en el mundo académico. No obstante, el sentido común aún confiere credenciales de validez a esta lectura2.

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La relación entre Perón y los judíos está marcada en su estudio por la ambivalencia y confrontación entre las visiones que se tienen de un lado, de un líder condescendiente hacia la colectividad, y, por el otro, de gestos discriminatorios y hostiles hacia ésta en diversos momentos de los gobiernos peronistas. Sin duda, a la hora de efectuar un balance primó la segunda versión. En realidad, esta discusión concreta responde a un debate más amplio en la forma de caracterizar un movimiento ambiguo que ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Además, como se verá, es fundamental efectuar un distingo entre la primera década del peronismo en el poder, frente a los años ´70. En esta última época, afloraron las grandes divisiones que quebraron la unidad del movimiento peronista y así apareció con mucha fuerza el antisemitismo (si bien nunca estuvo ausente), junto a otros elementos, en la construcción de la imagen del otro.

En otras palabras, sería necesario responder a las preguntas: ¿albergó simpatía el peronismo por el fascismo y el nazismo? ¿fueron antisemitas Perón y su régimen? No es fácil ofrecer una respuesta categórica, pero sí al menos ayudar a brindar una orientación elaborada a partir de los matices que sugieren los autores más destacados que abordaron el tema. Desde luego, es necesario efectuar la diferencia entre la figura de Perón y, por otra parte, el movimiento heterogéneo que lideró. Por ejemplo, y como se verá, abundan acciones y dichos positivos del líder hacia la colectividad judía, que colisionan con medidas contrarias hacia ella dispuestas por funcionarios peronistas, por caso.

¿Pruebas incriminatorias?

Por empezar, colocando el acento en rasgos biográficos del líder y tal como señala Uki Goñi, resulta un hecho bien conocido que Perón en su estadía en Europa visitó Italia en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial y en misión civil, para ver con sus ojos lo que había aprendido en la teoría, bajo un puesto de la agregaduría militar en Roma. No ocultó su predilección por el autoritarismo político y la Italia fascista de Mussolini3. Luego, de visita por Alemania, Perón expresó admiración por el régimen nazi, comparándolo al funcionamiento de una máquina perfecta, cuando escribió a su regreso a la Argentina4.

En base a la documentación que utiliza Goñi en su libro Perón y los alemanes, indica que el líder nacionalista argentino Juan Carlos Goyeneche, a mediados de la Segunda Guerra Mundial, logró concertar en Alemania entrevistas con altos dignatarios del Tercer Reich, Himmler, von Ribbentrop y Goebbels, así como con Mussolini; todas ellas en búsqueda de apoyo frente a la amenaza norteamericana y del favor para propiciar un golpe de estado que prolongase la neutralidad argentina en la guerra. En todo caso y a no muy largo plazo, Goyeneche consideró que la ayuda alemana era vital en las elecciones que se disputarían en septiembre de 1943. Además, junto a otros otros, desconfiaba del embajador argentino en Berlín porque él no mostraba simpatía hacia la causa fascista condenando la política de exterminio nazi.

En definitiva, grupos nacionalistas argentinos, el GOU incluido, concibieron al nazismo como un elemento positivo para la generación de un nuevo orden católico y Perón, en particular, pregonó en sus escritos anteriores al golpe de junio 1943 ideas antisemitas coincidiendo con los grupos nacionalistas de época quienes acusaron al complot judeo-comunista como responsables de la situación argentina. En época tan temprana apareció lo judío como un elemento disolvente de la nacionalidad, sostiene Goñi. De todos modos, se desconoce si Perón alentó esa clase de ideas por conveniencia o por genuina convicción5. En todo caso, la Revolución de junio de 1943 fuera de toda duda comportó ideológicamente el prejuicio contra lo judío6.

Por su parte, la neutralidad respecto a la Segunda Guerra Mundial despertó sospechas, las cuales no necesariamente carecen de sustento si se considera que primero el régimen del GOU y más tarde el gobierno peronista, realizaron negocios con elementos nazis, por caso el envío del agente de Marina Hellmuth a Berlín en misión secreta, impartida por Perón, con el fin de buscar lealtad al Reich a cambio de la provisión de armas frente a un posible ataque estadounidense (o el envío de submarinos nazis trayendo bienes y agentes secretos alemanes). Además, el autor señala con rigurosa documentación la forma en que, al término de la guerra europea, se ofrecería asilo a jerarcas nazis y criminales de guerra de toda laya, entre los más famosos mencionando a Menguele, Eichmann y Bohne7. América Latina fue el destino de grandes contingentes de alemanes nazis y Argentina fue la que más recibió, seguida por México8.

Goñi señala que de toda América del Sur, donde mejor se desarrolló una red alemana de espionaje fue en la Argentina9. El autor desarrolla pormenorizadamente la vinculación entre el servicio de espionaje de Himmler (cuya sigla es SD), cuyos miembros siempre tuvieron una confianza ilimitada en Perón, y los allegados a él, un nexo que se mantuvo por tiempo prolongado y sin interrupciones. Desde los servicios secretos se planeó en primera instancia (en Paraguay) la creación de un bloque de naciones sudamericanas pro Eje liderado por la Argentina y Goñi sostiene que el SD deseó que la Argentina pasara al Eje sin vacilaciones, siendo dicha creación un objetivo primario perseguido por el SD. Estados Unidos conoció estos movimientos y amenazó con cortar todo tipo de vínculo con Argentina y dar a conocer el accionar de la red de espionaje nazi en su suelo si el gobierno argentino no rompía relaciones con el Eje.

Finalmente, se dio el brazo a torcer y el 25 de enero de 1944 se dio fin a la neutralidad. Perón calificó el hecho como “una macana grande como una casa”10 pero se valió del mismo para explotar el descontento entre la oficialidad joven y los círculos nacionalistas en una estrategia que le allanaría el camino hacia la presidencia tras destituir al general Ramírez del cargo el 24 de febrero de 1944 y aspirar al Ministerio de Guerra primero y, poco tiempo después, a la Vicepresidencia. En este momento, con Perón en la cúspide del poder, el SD de Himmler, hasta ahora acosado por persecuciones policiales, gozó de una luna de miel con la gestión. Por la ruptura con el Eje, Perón consideró a Ramírez culpable de alta traición y no desistió del intento por construir un bloque de naciones sudamericanas pro Eje liderado por la Argentina. En efecto, para mediados de 1944 la única red de espionaje nazi de toda América tenía sede en nuestro país, asunto que irritó a los Estados Unidos. Washington comenzó a reclamar que el país declarase la guerra a Alemania. Goñi insinúa que la dilación argentina respondió a que Perón abrigó una fe inquebrantable en el triunfo germánico. Sin embargo, en las postrimerías de marzo de 1945 se le declaró la guerra al Eje. Según indica la documentación analizada por Goñi, Perón declaró la guerra al Reich para permitir la huida nazi al país, según el mismo expresara11. Gran parte de los sectores nacionalistas presagiaron en la caída del régimen de Berlín el final del gobierno argentino. Poco tiempo más tarde, el gobierno ordenó la represión sobre aquéllos que manifestaran su alegría en la vía pública ante la caída de Berlín.

Para 1943, las sospechas de los Estados Unidos respecto de la adhesión del GOU y su simpatía con las consignas nazis parecían declaradas, por más que el régimen militar camuflase su posición bajo la consigna de la neutralidad. En efecto, Goñi señala que el 11 de octubre se impusieron medidas restrictivas contra la colectividad judía como el cierre de sus diarios en hebreo, la que fuera cancelada por presión de la comunidad internacional. Mientras tanto, Perón escribía para el GOU informes en que vertía indicios de maquinaciones de judíos y otros grupos en complot flagrante contra el país y respondió en un reportaje que no había más solución con los judíos que ponerlos a trabajar antes que eliminarlos o expulsarlos. Nota aparte la asunción del confeso antisemita Martínez Zuviría como Ministro, especial pánico despertó en los israelitas rumores de que en Morón o Ezeiza se construía un campo de concentración para 10.000 prisioneros12.

Se puede continuar agregando pruebas contundentes antes y durante la guerra que arrojarían luz a la hipótesis de que Juan Perón fue un nazi confeso, de las cuales la obra de Goñi abunda en sus casi 320 páginas. Una última elegida consiste en un hecho que alentó especialmente la mitología en ese sentido. Se trató de la rendición de dos submarinos alemanes en Mar del Plata en julio y agosto de 1945, dando lugar a todo tipo de rumores como que en ellos habían sido transportados Hitler y su esposa, y además portaban un tesoro nazi invaluable13.

Al término de la guerra, tres acciones constatarían, según el enfoque adoptado, el filonazismo de Perón. Respecto a los juicios de Nuremberg, el caudillo opinó que los argentinos los consideraban una infamia14 y, en segundo término, el apoyo que concedió a la División Informaciones, dependencia que rescataba ex miembros y colaboradores del Reich infringiendo silenciosamente el Acta de Chapultepec. De lo anterior se desprenden dos evidencias más: el indulto a los refugiados nazis que habían ingresado clandestinamente a territorio nacional y la dilación en el pedido de extradición de los principales refugiados del Reich. La mayoría fueron sobreseídos. De hecho, Goñi muestra que los colaboradores alemanes de Perón lo acompañaban aún al final de su segundo mandato. El tercer elemento es la negativa de inmigración de los refugiados judíos europeos, supervivientes del Holocausto. Por último, mucho más tarde, y desde su exilio en Madrid, Perón admitió haber tenido relaciones con fugitivos nazis en la Argentina15.

Respecto del último elemento de los indicados, la política inmigratoria argentina a partir de 1945 no cambió respecto de la época previa. La pauta aglutinó como indeseables a aquellos ideológicamente peligrosos, además de los desplazados y refugiados no latinos de guerra, según Senkman16. Se fomentó la inmigración española e italiana acorde al perfil de nación católica que se buscó construir antes que abrir las puertas a poblaciones del oriente europeo, enfocando la mira en poblaciones económicamente útiles. Por ende, los refugiados judíos de posguerra eran vistos en la Argentina como indeseables en el marco de la construcción de un nuevo orden populista y “residuos humanos”17 de un conflicto ajeno a la Argentina. Funcionarios toscos y antisemitas no aligeraron esta dura carga. Por caso, el antisemitismo del director del Departamento de Inmigraciones, Santiago Peralta, ultranacionalista y católico designado al momento de su asunción como presidente de Perón, tuvo repercusión internacional por su enconada hostilidad hacia los inmigrantes judíos. Se insinúa que, con el agravante de conocerse la destrucción de la judería en Europa, el gobierno argentino se mantuvo reticente a la apertura inmigratoria hacia los supervivientes de la Shoá18.

Con estas coordenadas es fácil precisar lo agrio que resultó para los judíos europeos supervivientes del Holocausto su llegada a la Argentina. Aquellos que ingresaron quedaron librados a su suerte, cuando la mayoría de las veces lo hicieron ilegalmente. Las instituciones comunitarias judías argentinas se preocuparon más por los judíos reasentados en Palestina que por los refugiados en el país, a quienes veían con suma extrañeza. En suma, la penosa situación de esta gente era explotada por la prensa opositora para hacer quedar mal parado al régimen peronista19.

Pasando al otro protagonista de la relación examinada en este trabajo, el mundo académico insiste que en líneas generales la comunidad judía se mantuvo hostil a Perón ya que a sus miembros el peronismo les recordaba los regímenes autoritarios derrotados en 1945 y por los cuales muchos habían escapado de su Europa natal. En principio, estos autores hacen hincapié en que el autoritarismo del régimen peronista los alejó del movimiento y la insistencia en que los enemigos del caudillo lo tildaban de hostil hacia los judíos20. Una vez más, esta descripción ha hecho escuela e impregnó el sentido común.

Particular interés merece el examen del 17 de octubre como hecho fundante del peronismo. Dentro del marco de la gran movilización acaecida durante los dos días, desde temprano se supo que hubo ataques antisemitas, como ser asaltos a comercios cuyos propietarios eran judíos. Todo ello resultó buen indicio sobre los que el antiperonismo basaría su ataque aduciendo la intolerancia hacia otros credos por parte del peronismo, reforzando su carácter autoritario y fascista. En la lectura de la oposición el peronismo era antisemita, lo que imprimió una certera prueba sobre el carácter nazifascista del régimen cuyo Vicepresidente era Perón. Además, el tópico constituyó un bastión para la propaganda antigubernamental camino a las elecciones de febrero de 1946. En tanto, el peronismo acusó a la oposición de orquestar una campaña de desprestigio internacional. Entonces, durante el debate electoral de 1945 y 1946 el antisemitismo fue un punto a tener en cuenta porque mostrar rechazo hacia lo judío implicaba cierta complicidad con el horror sucedido recientemente en Europa21.

Volviendo a la cuestión de las interpretaciones sobre el peronismo, es dable destacar que una visión superadora de aquella lectura que lo asimiló al fascismo la constituye la perspectiva nacional-populista, aunque si bien no hay consenso en precisar su significado, al menos se pueden definir características en común para los movimientos populistas22. Al respecto, es un lugar común historiográfico asociar populismo con antisemitismo. En el análisis de algunos estudiosos, el peronismo no es la excepción. Como señala Renée Fregosi, el ascenso de populismos conlleva la aceleración en materia de transformación y difusión de nuevas tesis antisemitas23. En dicha explicación pudiera recalar el 17 de octubre. Las agresiones a judíos fueron explicadas a partir de la imagen negativa que tenía para la mayor parte de la clase obrera la presencia judía en la sociedad argentina. En primera instancia, cuanto menos instruidos los obreros peronistas, mayor era el prejuicio antisemita, según una encuesta realizada por DAIA24.

Entonces, hasta aquí se expresó la forma en que una parte de la historiografía construyó una imagen negativa del peronismo a partir de pruebas que incriminan al conductor respecto a su simpatía por la causa nazifascista, así como un supuesto rechazo a la colectividad judía generalizado de parte del movimiento justicialista. A simple vista, lo hasta aquí expuesto haría pensar que Perón fue un declarado judeofóbico y que la fórmula puede sintetizarse simplemente en peronismo = fascismo = antisemitismo. Pero reducir la explicación a una mera ecuación no honra la verdad histórica. Por lo tanto, se torna necesario incorporar severos matices.

Ni blanco ni negro, gris

Si bien la orientación del GOU era marcadamente profascista y mostró animadversión hacia lo judío, como se expresara oportunamente, no por ello se debe recaer con facilidad en la acusación nazi hacia Perón. Si el período 1943-1946 mostró ambigüedad en las relaciones entre Perón y los judíos, las medidas populistas fueron vistas con desconfianza y demagógicamente por la colectividad cuando una parte de ella no pudo distinguir, por caso, entre el estilo populista del caudillo y el de su principal enemigo en el gabinete, el antisemita y profascista general Perlinger25. Por ende, como indican Rein y Senkman, en base a tácticas populistas no debe perderse de vista la forma en que el peronismo efectuó intentos por cooptar a la comunidad judía a lo largo de toda la gestión26.

Una aclaración antes de avanzar. Como sucede al estudiar todos los aspectos de la colectividad judía en el país, una vez más en la etapa peronista se asiste al fenómeno de aquellos no afiliados a asociaciones de pertenencia, presencia que ha sido muy poco abordada. Es decir, deben haber quedado por fuera del análisis histórico muchos ciudadanos israelitas que dieron pruebas de lealtad a la causa peronista.

Por su parte y contra lo que naturalizó el sentido común, Perón lanzó numerosos llamados contra la difusión de proclamas antisemitas, tanto en la primera etapa gubernamental como luego de su retorno a la Argentina (en efecto la DAIA compiló un volumen con sus declaraciones y halló en Perón un interlocutor importante)27. Se veía injustamente acusado y molesto por recibir de parte de los opositores dichos que lo veían hostil hacia los judíos. Como conductor de un movimiento heterogéneo, este hecho sirve para apreciar en la figura del caudillo su faceta de árbitro para evitar resquemores al interior de lo que la doctrina del partido denominó la Comunidad Organizada. Por ejemplo, no tuvo reparo en disolver grupos de choque antisemitas, como la Alianza Libertadora Nacionalista, dentro del marco de acción desnazificadora que el imaginario niega al líder peronista28. Si estas acciones de todos modos no le valieron el apoyo de la totalidad de la comunidad judía porque muchos de sus miembros siguieron desconfiando del justicialismo, al menos matiza y permite reducir la exageración sobre que los judíos se mantuvieron reacios al peronismo.

Debe observarse que, como ocurriera en toda la sociedad, el peronismo fue un polarizador nato también al interior de la comunidad israelita. Así como hubo judíos que desfilaron en las filas del antiperonismo, dirigentes del mismo credo cumplieron un papel importante en la movilización del apoyo popular para el peronismo. Todo esto a pesar de que en las elecciones no se canalizó en gran cantidad el apoyo electoral judío. Sin embargo, muchos dirigentes judíos tuvieron un temor perpetuo de que en cualquier momento el régimen populista virase en su tónica hacia la colectividad29.

Otro presupuesto común de la historiografía tradicional que abordó la relación de Perón con los judíos es el fracaso en su táctica de cooptación de la colectividad. En ese sentido, destaca la creación de la Organización Israelita Argentina (OIA) en 1947, la prueba más palpable de la derrotada indicada. Según la tradición, los éxitos en granjear simpatías hacia la colectividad fueron menores. Sin embargo, este enfoque debe ser matizado puesto que si bien la organización no pudo competir, apoyada por el gobierno, con la DAIA en la representatividad del colectivo, en cambio logró frutos asequibles. Favoreció la integración de los judíos a la sociedad como un canal corporativo que ofreció beneficios de diversa índole a la colectividad y, más importante, el peronismo posibilitó a los judíos formar parte de la comunidad política para integrarlos, junto a otros colectivos como el árabe, a la nación y conferir la visión del país multicultural del presente30.

De esta época datan las celebraciones religiosas como asuetos para miembros de la colectividad y normativa contra la discriminación racial. La OIA alentó la inmigración judía y previno actos antisemitas. En definitiva, fue el espacio en el que Perón mostró el apoyo a la colectividad y al Estado de Israel, lanzando proclamas junto a su esposa en oposición al antisemitismo. La citada organización, entre otros logros, se vanaglorió de haber sido la causante del alejamiento del tan aborrecido Santiago Peralta de la función pública31. No debe olvidarse que una designación de un conocido antisemita también se acompañó por primera vez de nombramientos de dos funcionarios judíos como subsecretario del Ministerio del Interior y juez, respectivamente32.

En los momentos previos a la caída del régimen en 1955, donde la polarización alcanzó una forma acentuada y la sociedad entera sufrió una convulsión política inusitada, pudo haberse dado un momento de aprovechamiento para descargar la tensión en un grupo considerado históricamente chivo expiatorio como los judíos, pero esto no sucedió. En cambio, en el conflicto final que Perón sostuvo con la Iglesia católica, buena parte de la comunidad judía se mantuvo fiel al oficialismo porque sus miembros se habían beneficiado con la ley de matrimonio, por ejemplo. Sus enemigos vieron en Perón un títere de judíos y masones y así se explica cómo la amenaza antisemita provino de los adversarios del régimen, que alarmara mucho a las instituciones judías. En suma, los judíos no fueron afectados ni en las postrimerías del régimen ni en su caída. De hecho, las instituciones recibieron con beneplácito la “Libertadora”34.La designación de un rabino de origen húngaro como asesor de asuntos religiosos en 1948, es un caso muy interesante que habla del buen talante de Perón hacia la comunidad judía y desmitifica ciertos supuestos de su posición antijudía. Desde luego, Amram Blum no fue visto con buenos ojos por muchos judíos y tras 1955 pagaría las consecuencias de su alta fidelidad hacia Perón en los años previos. El caso de este religioso que en 1947 fuera designado Gran Rabino de la comunidad sirio-alepina, muestra que el apoyo de muchos judíos al régimen peronista no fue una cuestión de mera oportunidad33.

 

El historiador Raanan Rein
(Clarín)

Por todo lo reseñado no sorprende encontrar, como analizó Raanan Rein, que años más tarde la prensa israelí mantuviera en la década de 1970 la imagen de Perón como pro israelí, a pesar de que a comparación de la década de 1950, su aceptación era menor en esas publicaciones. De todos modos, en su conjunto, mayor rechazó provocó desde sus inicios la imagen del caudillo en la prensa anglo-norteamericana35. Esta caracterización obedece a razones de peso en buena parte de la impresión que ha dejado en el sentido común la relación entre el líder y la comunidad judía argentina.

Tal se adelantó, existen dos factores que distorsionaron sobremanera la imagen que se tiene sobre la relación entre Perón y los judíos: uno es el accionar de la Embajada de Estados Unidos en su campaña de desprestigio internacional hacia Perón en la época preelectoral previa a febrero de 1946, el otro la intensa desperonización que siguió tiempo después a la caída del caudillo en septiembre de 1955.

Sobre el primer factor, Daniel Lvovich36 argumenta que la publicación del Libro Azul del Embajador norteamericano en Buenos Aires, Spruille Braden, orientó el reforzamiento de la imagen de Perón y su régimen como fascista y antisemita. La creencia en que el fundador del justicialismo no declararía la guerra al Eje sin pedir algo a cambio, fue el principal factor que llevó a impregnar la acusación de Perón como espía nazi. Es por ello que la intensa campaña promovida por los intereses norteamericanos, guiada en parte por los judíos de ese país que vieron en la Argentina un cómplice de la Shoá por ofrecer asilo a los victimarios, fue explotada por todo aquel que quiso ver el fin del régimen peronista. Lvovich indica que, en realidad, los refugiados de guerra nazis fueron pocos, aunque Perón más bien prefirió técnicos y científicos. Una vez más los Estados Unidos tergiversaron los dichos y comprometieron al régimen argentino en su acusación de que el candidato a presidente anhelaba la instalación en su tierra de un cuarto Reich. Estas pruebas deficientes han sido suficiente evidencia para indicar sin rigor que Argentina albergó un régimen fascista, sentencia que se repite en el sentido común.

 

El Embajador Braden
(Bambú Press)

En concreto respecto al Libro Azul, Lvovich lo juzga escaso de sustento, mientras Goñi afirma lo contrario. En todo caso, fue fácil para muchos rendirse ante el amarillismo de una obra que en Buenos Aires era promocionada bajo el titular matutino: ¡Argentina desenmascarada, la sensacional historia del complot nazi-argentino en contra de la paz y libertad del mundo! Inmediatamente Perón se defendió a través de la publicación de Azul y Blanco, en donde acusó a Braden de estar involucrado con el contubernio oligárquico-comunista. De todos modos, Goñi, fiel a su lectura del tema, incrimina a Perón al sostener que el libro fue redactado con una pequeña ayuda de los alemanes amigos suyos37.

Antes de pasar al segundo factor, dos cuestiones previas expuestas anteriormente y que necesitan revisión. La importancia del 17 de octubre y el tema de los refugiados nazis y judíos en la Argentina. Sobre lo primero, si los hechos antisemitas se ligaron con la presunción antijudía de Perón y el régimen que lo siguió, Lvovich matiza la intepretación. Rescata del análisis que no se los calificó como parte de la doctrina peronista, sino como la infiltración de células nacionalistas. Respalda lo anterior la presencia del Ministro de Guerra, Sosa Molina, quien salió a condenar enérgicamente esos actos violentos, como luego Perón ya presidente repudiaría durante una década manifestaciones de antisemitismo. En realidad, los ataques a comercios cuyos propietarios eran judíos se inscribió dentro de una dinámica más amplia, inscripta dentro de la lucha de clases y no racial38.

El asunto de los refugiados tras la guerra merece una somera revisión. También fue un elemento utilizado por la propaganda antirrégimen impulsada por los Estados Unidos. El drama de los sobrevivientes de la Shoá servía sólo para que la prensa liberal democrática atacase al régimen. Pero Senkman repara, en defensa de Perón, el hecho de que se le intentó adjudicar las ideas racistas y antisemitas de Peralta a él39. El autor relativiza la idea de que el rechazo a los refugiados judíos de guerra obedeciera al antisemitismo principalmente. En todo caso, en otros países de América Latina también se les negó la entrada y no por ello sus regímenes fueron tildados de profascistas. Respondió más bien a circunstancias del momento y a concretar la aspiración de cumplir con cierto perfil inmigratorio en donde las consideraciones religiosas tenían peso aunque no eran las únicas. De todos modos, sólo por la política inmigratoria no se puede acusar a la Argentina peronista de fascista porque exhibió rasgos liberales que en otras naciones de la región apenas si aparecían. Senkman explica que si bien Perón no coincidía con Peralta, le permitió ocupar el cargo sin poder neutralizar la rutina burocrática del funcionario. Al respecto, muchos representantes de organizaciones judías internacionales supieron diferenciar la actitud diferencial antiinmigratoria de varios funcionarios peronistas y no se dejaron seducir por los cargos de judeofobia que circularon en el exterior.

Finalmente, la OIA peticionó a Perón que legalizara a los refugiados ashkenazíes que habían ingresado ilegalmente a territorio nacional. El presidente hizo caso. Senkman es concluyente: “Sólo a través de las amnistías inmigratorias, víctimas y victimarios de los totalitarismos europeos ingresados ilegalmente pudieron sumarse al nuevo proyecto nacional”40.

El segundo factor. La situación posterior a la Revolución Libertadora guarda estrecha relación con la forma en que se han visto los vínculos entre Perón y los judíos argentinos de allí en más. Si la descripción sobre la imagen de la OIA obedece a testimonios post 1955 que la describen como una suerte de banda de judíos rastreros con escasa representación y ajena al resto de la colectividad, eso tiene que ver con la propaganda antiperonista correspondiente a la época de desperonización, mostrando a los dirigentes de la organización como secuaces de quien sería conocido como el tirano prófugo41. Al producirse el golpe militar que derrocó a Perón, las instituciones judías se mantuvieron en vilo respecto al accionar en su pasado. En efecto, con la llegada del general Aramburu al poder en 1958, los principales líderes tildados de peronistas fueron destituidos, pero la principal víctima resultó ser Blum, apodado el “protegido del tirano”, debió exiliarse cuando la furia de los judíos que habían visto con malos ojos su desempeño en las filas del peronismo echó a andar. En su intento por desperonizar la sociedad, la historia quiso efectuar un borrón y cuenta nueva por lo que se extirpó la memoria de la presencia judía y las buenas relaciones de la colectividad con la gestión peronista42. Comparativamente, como concluye Rein, la desperonización afectó mucho más al colectivo israelita que a la sociedad en su conjunto, lo que explica tal vez el éxito en esta operación de olvido posterior.

Luces y sombras de una década turbulenta

Constituye un lugar común señalar que la década de 1970 fue una época convulsionada de la historia argentina que despertó un grado inusitado de violencia política. La sociedad argentina se fracturó como nunca y naturalmente ese quiebre también afectó al peronismo en tanto movimiento. La división de la unidad de éste sería infranqueable y llevaría a su perdición en marzo de 1976 con las consecuencias conocidas. El terrorismo estuvo a la orden del día durante toda la década, a través de asesinatos y secuestros. El año 1974 registró 300 muertes por motivos políticos y serían 1.100 al año siguiente43.

Con el recrudecer de la situación que llevó a una crisis económica, social y política, afloró el antisemitismo. En 1971, con la amenaza de retorno democrática tan ansiada para el peronismo, la derecha lanzó su ataque con su caballito de batalla preferido en momentos críticos, el antisemitismo. Reapareció con fuerzas el antisionismo, encubridor del anterior, alentado por la guerra del Yom Kipur en octubre de 1973. Mientras tanto, la teoría de la sinarquía internacional hacía cómplices a la izquierda y a la judería en su intención de desplazar a los sectores de la derecha peronista del movimiento. Fue así que esta última tomaría el prejuicio antisemita para arremeter contra los rivales dentro del movimiento, a quienes consideraban traidores a su causa y teniendo su cuartel general en Israel. El grupo referido hizo causa común con la derecha no peronista en la denuncia de un complot que afectó a todas las “víctimas de los judíos”44.

A pesar de que el retorno del líder exiliado causara miedo en algunos círculos de la prensa israelí ante un rebrote del antisemitismo45, poco cambió tras su llegada. Por más que Perón hiciera condenas al antisemitismo y antisionismo que partieran del movimiento, las mismas fueron muy generales y vagas, lo que no pudo impedir que la violencia se incrementara46. Perón rechazó la teoría de una conspiración judía antiargentina pero se abstuvo de distanciarse de sectores que pregonasen proclamas antisemitas. No obstante, y peor aún, las posturas antisemitas y antiisraelíes estuvieron presentes tanto en el ala derecha como en la izquierda del movimiento47.

Quien de algún modo sintetiza la posición de la ultraderecha peronista fue el Ministro de Bienestar Social de Perón en su tercer mandato, José López Rega. El “brujo” acusó a los funcionarios judíos del peronismo, en especial al Ministro de Economía José Gelbard, de mantener una doble lealtad. El ataque contra ellos era por partida doble. Por su origen patricio y por su implicancia con un colectivo juzgado apátrida. Por caso, la presencia judía era vista por el funcionario como una dificultad para negociar con los países árabes48. De tal modo, explicaría el fracaso de la misión comercial a Libia de enero de 1974, en un momento en que Argentina estrechaba lazos con los países árabes y mostraba encono hacia Israel. Por su parte, para la época existió una literatura extensa por la que se explicaba que los judíos eran ajenos a América Latina al estar complotados con el sionismo y el imperialismo, el origen de la desgracia que trajo la guerra del Yom Kipur para el pueblo palestino, ahora considerado hermanado al latinoamericano49.

En ese clima, la ofensiva contra Gelbard fue en aumento. La asociación de su condición de judío con la de comunista fue una constante además de la imputación de infiltrado de la sinarquía. Las sospechas del Plan Andinia, la intención sionista de que la Patagonia argentina fuera entregada a un grupo judío, recayeron en el Ministro de Economía que ya tenía los días contados para junio de 1974. En tanto que a Jacobo Timerman, director del diario La Opinión, se lo acusó de ser vocero periodístico de la sinarquía. Ante esto, Perón recurrió a su condena del antisemitismo, como lo hiciera en el pasado, advirtiendo que todo acto contra los judíos era considerado no peronista. De todos modos, nunca se desautorizó el uso político del antijudaísmo como forma de desacreditación del enemigo ya que el uso se reproducía en publicaciones nacionalistas y antisemitas en las que escribieron funcionarios del gobierno50. Perón tras el exilio no tenía las mismas fuerzas que antaño para obrar como el buen árbitro que había sido en las décadas previas.

Una postal del 1º de julio del ´74
(Infonews)
La muerte del líder peronista el 1° de julio de 1974 dejó al movimiento inmerso en la confusión. De todos modos, tanto la derecha como la izquierda, a pesar de la rivalidad en aumento, acordaron en ver a un único culpable de la situación crítica: la sinarquía internacional. Los meses que siguieron al fallecimiento de Perón, como en toda situación caótica, fueron prolíficos en difusión de literatura pro fascista y la mitificación del antisemitismo como causal de la crisis. Más de una agrupación incitó sin disimulo al pogrom a los judíos, mientras muchas albergaron la esperanza de que con la restauración del fascismo acabaría definitivamente el complot sinárquico marxista y capitalista.

La Alianza Anticomunista Argentina (AAA), dirigida por López Rega, comenzó a operar a fines de 1973. En su haber llevó asesinatos de izquierdistas judíos y de judíos no vinculados a la izquierda51. El estado generalizado de violencia reflejaba una preocupación inquietante a partir de una economía agónica que arrojaba un costo de vida aumentado en un 26% en sólo un trimestre en febrero de 1975. Un repliegue en el ataque contra la comunidad judía se vio ante la crisis interna del lopezrreguismo, aunque proliferó en su lugar propaganda hitleriana. Los peronistas ortodoxos culparon a los judíos por la situación existente, mientras que el antiperonismo hizo responsable del malestar al fracaso del Pacto Social. En ese orden de cosas fue cuando irrumpió la posibilidad de un golpe militar que reestableciera la calma y acabara de una vez por todas con “la subversión judeo-marxista”52.

Como un dato que destaca el análisis de Raanan Rein, de los cuatro presidentes que ocuparon el sillón de Rivadavia durante 1973, todos se manifestaron en contra del antisemitismo pero, no obstante, la Argentina se mantuvo primera en el ranking de los países en donde aconteció la mayor cantidad de incidentes antijudíos53. Según Leonardo Senkman, el antisemitismo quedó impune en los años 1973-1976 porque las modificaciones a la ley impuestas no tuvieron un ejemplo disuasivo ni ejemplificador54.

Palabras finales

El objetivo de este trabajo fue observar la forma en que los discursos históricos construyeron dos versiones disímiles sobre el peronismo en su relación con los judíos en la Argentina. Por un lado, la clásica concepción bien arraigada en el sentido común de convalidar en el país la presencia en las décadas de 1940 y 1950 de un régimen fascista cuyo líder admiró los totalitarismos europeos y por ende sintió repulsión por todo lo judío. En la otra vereda, se debe precisar la existencia de autores que posteriormente matizaron esta imagen y, si bien algunos notaron la ambivalencia del peronismo hacia la cuestión en determinados períodos, no obstante negaron tildar de fascista con liviandad al régimen peronista y a su conductor.

Resume Daniel Lvovich: “una multiplicidad de importantes trabajos académicos ha desmontado, uno a uno, los mitos sobre los que se construyó la imagen del ex presidente argentino como fascista y antisemita”55. En buena parte, aquellos se reflejan en los hechos que trabajó Uki Goñi en su libro Perón y los alemanes. En otras palabras, se deben entender las actitudes de Perón hacia los judíos como producto de las circunstancias en base al pragmatismo irrefutable del ex presidente. Además, resulta interesante destacar lo que indica Senkman en referencia a que no existió en ningún momento una relación causal entre ser peronista y resultar antisemita56.

Lo que está fuera de toda duda es la persistencia del antisemitismo en el período analizado. Estas páginas mostraron su presencia tanto en épocas dictatoriales como en las democráticas, en este último caso, debido a las propias tensiones coyunturales. La ideología tuvo cómplices en una sociedad silenciosa y en un Estado argentino que en principio se define democrático. Sociedad y Estado permitieron la generación de prácticas antisemitas, dejando la ideología generadora impune. Además, como lo demuestra la evidencia de los hechos, Senkman señala que abrir las puertas al antisemitismo supone una invitación al fin de la democracia y, al respecto, sostiene que las crisis son el momento más propicio para cuajar el antisemitismo ideológico de los sectores populares. En suma, pulula siempre al acecho “la diferencia del otro que perturba a la sociedad nacionalista, autoritaria y católica del país”57.

El propósito que orientó la escritura de estas páginas, entre los indicados, fue remarcar la manera en que se observó la tensión dentro del peronismo entre el discurso político que incluyó a la comunidad judía dentro del proyecto de nación esbozado por Perón, aludiendo al despliegue de la OIA en los albores del régimen, por un lado, y una contraparte tras el exilio del líder. Entonces, la década de 1970 dio muestras del paroxismo del pensamiento antisemita que negó rotundamente la inclusión de los judíos al orden nacional cuando, sin la figura apaciguadora de Perón, la derecha peronista embistió aún más duro contra el ala radical y juvenil del movimiento, atribuyéndole a esos sectores no ser leales al justicialismo y al mismo tiempo apátridas a partir del complot con la sinarquía internacional.

En estas páginas se demostró y se recuerda cómo la memoria opera en los procesos históricos. Si el 17 de octubre mostró claras pruebas del odio antisemita, ahora bien, el peronismo las borró porque hubiera sido pernicioso para éste portar una mancha negra dentro del historial en una operación litúrgica como fue la inauguración del movimiento. Además, los hechos en sí mismos tuvieron una incidencia marginal en la totalidad del proceso, por lo que la oposición no hizo énfasis en éstos ni tampoco el peronismo por dos razones: tales incidentes afectaron mucho menos a la comunidad que, por ejemplo, lo acontecido durante la Semana Trágica de 1919 y, en segundo lugar, debido a que Perón mantuvo una línea cordial, como se ha visto, con las instituciones judías58. Fuera del peronismo, existió una operación similar de manipulación de la memoria (o del olvido) posterior. Es que si nadie recuerda la relación entre Perón y la colectividad judía, al punto que el sentido común tiende a ignorarla, la desperonización a partir de 1955 ha sido responsable del olvido de una relación no menos importante. Marcó un antes y un después para la comunidad judía desde el punto de vista de la inclusión política del colectivo (más allá del apoyo o no al régimen peronista de sus miembros).

Finalmente, las últimas palabras que arrojan esta investigación responden a una clave dicotómica, es decir, dos discursos enfrentados. La pregunta es si puede existir instancia de conciliación entre ambos. La respuesta es negativa y la explica Lvovich. Si bien la historia debe afianzar su derrotero en la confrontación de falsos mitos, expresa el autor: “(la historia) reconstruye, selecciona y narra de acuerdo a unos procedimientos disciplinarios a los que no puede renunciar si pretende conservar su especificidad. Por este motivo, tampoco es la disciplina histórica el tribunal de apelación al que pueden recurrir las memorias enfrentadas en busca de establecer su preeminencia”59. Lo recomendable es la búsqueda de un punto intermedio para no ingresar en la repetición de mitologías a veces peligrosas, las que responden a varios elementos desarrollados a lo largo de estas páginas que han redundado, a largo plazo, en una comprometida distorsión del peronismo.

Notas

1 Peter Waldmann. El peronismo 1943-1955, EDUNTREF, Buenos Aires, 2009, Cap. 7, pp. 223-224.]
2 Daniel Lvovich. “Entre la historia, la memoria y el discurso de la identidad: Perón, la comunidad judía argentina y la cuestión del antisemitismo”, en Índice Revista de Ciencias Sociales, DAIA Centro de Estudios Sociales, año 37, Nº 24, Buenos Aires, 2007, p. 185.3 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 182; También en Uki Goñi. Perón y los alemanes. La verdad sobre el espionaje nazi y los fugitivos del Reich, Sudamericana, Buenos Aires, 1998, Cap. 3, p. 61. Goñi. Ob. Cit., Cap. 3, p. 61.4 Goñi. Ob. Cit., Cap. 2, p. 29.
5 Goñi. Ob. Cit., Cap. 3, p. 63.
6 Leonardo Senkman. “El antisemitismo bajos dos experiencias democráticas: Argentina 1959/1966 y 1973/1976”, en L. Senkman. El antisemitismo en la Argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1989, p. 109.
7 Goñi. Ob. Cit., Cap. 5, pp. 259 y 267-268.
8 Leonardo Senkman. “Etnicidad e inmigración durante el primer peronismo”, en Revista de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 3, N° 2, 1992. Consulta digital.
9 Goñi. Ob. Cit., Cap. 10, p. 225.
10 Goñi. Ob. Cit., Cap. 8, p. 170.
11 Goñi. Ob. Cit., Cap. 10, p. 223.
12 Goñi. Ob. Cit., Cap. 8, p. 158.
13 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 184.
14 Goñi. Ob. Cit., Cap. 11, pp. 268-269.
15 Goñi. Ob. Cit., Cap. 12, p. 281.
16 Leonardo Senkman. “Etnicidad e inmigración durante el primer peronismo”, en Revista de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 3, N° 2, 1992.
17 Leonardo Senkman. “Los sobrevivientes de la Shoá en Argentina: su imagen y memoria en la sociedad general y judía: 1945-50”, en Arquivo Maaravi: Revista Digital de Estudos Judaicos/UFMG, 2007, Vol. 1, N° 1. Consulta digital.
18 Goñi. Ob. Cit., Cap. 9, pp. 205-206.
19 Senkman. “Los sobrevivientes…”, en Ob. Cit.
20 Raanan Rein. ¿Judíos-argentinos o argentinos-judíos? Identidad, etnicidad y diáspora, Lumiere, Buenos Aires, 2011, Cap. 4, p. 106.
21 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 177.
22 Waldmann. Ob. Cit., Cap. 7, pp. 233-234.
23 Renée Fregosi. “Antisemitismo, populismo y nacionalismo”, Coloquio del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Chile y del CICIEC, “Xenofobia y otros tipos de discriminación. Una invitación al diálogo”, Santiago de Chile, 2008. Consulta digital.
24 Leonardo Senkman. “El antisemitismo bajo dos experiencias democráticas: Argentina 1959/1966 y 1973/1976”, en L. Senkman. El antisemitismo en la Argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1989, p. 92.
25 Daniel Lvovich y Ernesto Bohoslavsky. “Los judíos y la política en América Latina en el siglo XX”, en Reyes Mate y Ricardo Forster. El judaísmo en Iberoamérica, Editorial Trotta, Madrid, 2007. Consulta digital.
26 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 107. Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 110.
27 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 117. Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 182.
28 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 109.
29 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 106.
30 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 108.
31 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 110.
32 Lvovich – Bohoslavsky. “Los judíos…”, en Ob. Cit. Consulta digital.
33 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 120.
34 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 134.
35 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, p. 148.
36 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., pp. 184-185.
37 Goñi. Ob. Cit., Cap. 10, pp. 238 y 240.
38 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 176.
39 Leonardo Senkman. “Los sobrevivientes de la Shoá en Argentina: su imagen y memoria en la sociedad general y judía: 1945-50”, en Arquivo Maaravi: Revista Digital de Estudos Judaicos/UFMG, 2007, Vol. 1, N° 1. Consulta digital.
40 Leonardo Senkman. “Etnicidad e inmigración durante el primer peronismo”, en Revista de Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 3, N° 2, 1992. Consulta digital.
41 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 119.
42 Rein. Ob. Cit., Cap. 4, p. 143.
43 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, pp. 156 y 179-180.
44 Renée Fregosi. “Antisemitismo, populismo y nacionalismo”, Coloquio del Centro de Estudios Judaicos de la Universidad de Chile y del CICIEC, “Xenofobia y otros tipos de discriminación. Una invitación al diálogo”, Santiago de Chile, 2008. Consulta digital.
45 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, p. 158.
46 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 116.
47 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, p. 149.
48 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, pp. 171-172.
49 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., pp. 127-129.
50 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 139.
51 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, p. 180.
52 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 175.
53 Rein. Ob. Cit., Cap. 5, pp. 172-173.
54 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 191.
55 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 182.
56 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 92.
57 Senkman. “El antisemitismo…”, en Ob. Cit., p. 191.
58 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 180.
59 Lvovich. “Entre la historia…”, en Ob Cit., p. 187.

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